Rúbricas 11

42 A su vez, se calcula que 10% de la población del estado de Puebla padece algún tipo de depresión, ya que diariamente se diagnostican entre diez y quince casos nuevos en personas que superan la mayoría de edad, y esto se da principalmente en la población femenina, señala el director de la Unidad de Salud Mental de la Secretaría de Salud, Jorge Gayosso (Admin., 2010). Puede observarse que la depresión ha aumentado en volumen y posición dentro de los trastornos emocionales, afectando de forma significativa a los seres humanos y sus relaciones interpersonales, ya que trae consigo consecuencias graves. Esto ha sido registrado por las investigaciones de Cassano y Fava (2002), quienes afirman que aumenta el índice de suicidios y homicidios, las conductas de riesgo y el consumo de drogas. De igual manera, la depresión provoca que cada año se suiciden más de 800 mil personas, incluso con la existencia de tratamientos eficaces para atenderla (OMS, 2016), y el suicidio se convierte en la segunda causa de muerte en el mundo, comprendiendo principalmente a personas entre los 15 y 29 años de edad, rango de población donde se ubican también los estudiantes de bachillerato. Al tomar en cuenta los factores que inciden en la depresión, la discapacidad visual adquirida es, sin duda, uno de ellos. Resulta un problema debido a que se trata de personas que han tenido experiencias sobre su visión, y al momento de tener una pérdida significativa de ella, sin importar la causa, sufren acontecimientos llenos de pérdidas que implican a su vez un cambio psicológico y emocional. Ante este hecho, Vinaccia y Orozco (2005), en su estudio sobre aspectos psicosociales asociados a la calidad de vida en personas con enfermedad crónica, afirman: “la respuesta al diagnóstico de una enfermedad crónica siempre tiene implicaciones psicológicas y sociales complejas”. Hoffiman (2000) nos recuerda que la visión constituye uno de los sentidos más importantes del ser humano, y que somos en esencia seres visuales y, por eso, toda persona posee el derecho innegable a la visión. La salud visual unida a la vitalidad de los seres humanos es un derecho individual y social (Hoffiman, 2000, en Cabrera, Río, Hernández y Padilla, 2007). Por otro lado, Malagón y Galán, en 2002, señalan que al prescindir de este derecho, el individuo pierde, en gran medida, el vínculo con su entorno y con las referencias espaciales implícitas en él, y, por tanto, la pérdida de la visión representa una de las mayores desgracias que puede tener una persona, así como para quienes la rodean (Malagón y Galán, 2002, en: Cabrera, Río, Hernández y Padilla, 2007). Lo antes mencionado ayuda a evidenciar que la pérdida de la visión trae consigo una carga de implicaciones negativas no sólo sobre la salud, sino también en la autonomía, los anhelos, las relaciones, la apariencia, etcétera. En este sentido, muchos aspectos de la salud mental se ponen en riesgo, lo cual nos lleva a relacionarla con la depresión. Para Moguel (2010), la debilidad visual es una condición que afecta directamente la percepción de imágenes en forma total o parcial. Cuando se genera un daño se pierde la percepción correcta de las imágenes y esto impide tener una buena visión, lo cual daña física y psicológicamente a la persona. Con respecto a los adolescentes, Suárez (2011) indica que es uno de los grupos que presenta mayor probabilidad de sufrir depresión, ya que en esa etapa de la vida se llevan a cabo procesos de cambios físico, psicológico, sociocultural y cognitivo, que demandan de los jóvenes el desarrollo de estrategias de afrontamiento que les permitan establecer un sentido de identidad, autonomía y éxito personal y social (Blum, 2000, en: Pardo, Sandoval y Umbarila, 2004). Esto trae consigo un aumento en la vulnerabilidad en los adolescentes con debilidad visual, ya que afecta el ejercicio de su autonomía y, en cierto grado, dificulta el proceso de éxito debido a las limitaciones que esto implica. Evidentemente, estas implicaciones representan un problema. Basándose en la descripción de categorías de severidad de la discapacidad visual, el término “debilidad visual” fue removido de la CIE-10 (Clasificación Internacional de Enfermedad) en 2009, por el término “discapacidad visual moderada” y “discapacidad visual severa” (Suárez, 2011). Esto nos ayuda a clarificar el hecho de que los datos que se muestran a continuación hagan referencia a la prevalencia de discapacidad visual como un problema. El registro de prevalencia de personas con discapacidad visual en México y todo el mundo ha sido muy limitado, y sólo se han hecho encuestas sobre las discapacidades en general. Suárez (2011) muestra el registro que se tiene de 2010 de la Organización Mundial de la Salud, el cual informa que cerca de 10% de la población mundial posee una discapacidad, lo que representa 650 millones de personas, y que de esta cifra, la discapacidad visual y la ceguera ocupan el 48% de las discapacidades globales, es decir, 314 millones de los 650 millones de personas con discapacidad. En otro informe de la Organización Mundial de la Salud en 2012 y publicado por el canal Amfecco se muestra que existen 285 millones de personas con discapacidad visual, de las cuales 39 millones son ciegos y 246 millones tienen baja visión. En nuestro país, datos calculados por el INEGI (2012) arrojan que la discapacidad visual ocupa el segundo lugar en cuanto a discapacidades en general. A pesar de que son pocos los datos que dan a conocer sobre las cifras de personas con discapacidad visual en el país, se puede inferir, gracias a los conocimientos dados por el INEGI (2010), que es un problema que limita las acciones de muchas personas y, por lo tanto, su relevancia no puede ignorarse (INEGI, 2013). Discapacidad visual como causa de depresión en adolescentes

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