41 tradicional o, como lo define el autor, “trabajadores sin patrón”. A partir de eso describe la subordinación de esta economía según ejes estructurales –en particular a través de dispositivos de endeudamiento– (ídem), que colocan a los actores de la economía popular en una condición “inferior” respecto de los actores que operan en la formalidad. Otras autoras, como Gago (2016), profundizan el discurso e identifican el espacio de la economía popular como un “espacio ambiguo” o un espacio conflictivo. Además, reconociendo la relación específica con el trabajo informal, Gago destaca precisamente la capacidad de las economías populares de moverse en las fronteras entre formalidad e informalidad y, así, cuestionando constantemente. La economía popular, en este sentido, se distancia de las formulaciones normativas de la economía social y solidaria por no necesariamente resolverse en una alternativa al modelo capitalista. Es un campo que, según el momento, puede asumir valor crítico y solidario o, también, ser un mecanismo de sumisión e integración al gobierno (ibídem). Esta capacidad, o tal vez potencialidad, específica de los sectores populares no simplemente de generar ingresos, sino de crear un espacio y prácticas de resistencia frente a las condiciones establecidas y las tendencias empujadas por el neoliberalismo, es recurrente en las diferentes lecturas. Se constituye así una tensión entre economía social y solidaria y economía popular. Por un lado, algunos teóricos de la primera, como Coraggio (2010), identifican una relación específica entre estos dos ámbitos precisamente a la luz de las diferencias entre los dos conceptos y ven en la economía popular “el piso”, arriba del cual se puede desarrollar una economía social y solidaria. Por otro lado, las reflexiones sobre la economía popular, de alguna forma quieren resistir a esta subsunción, marcando una diferencia no sólo en su carácter ambiguo, sino también en la forma en que ella puede producir nuevas prácticas emancipatorias.
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