Pasos Nueva Época 3

Si se entiende que ser evaluado en nuestras actuaciones, además de ser un derecho, representa un factor de mejora, resulta lógico que la retroalimentación debería ser solicitada por el involucrado directo pues le concierne en todos los sentidos y le posibilita su propio proceso de desarrollo como profesional de la educación, pero también como persona. De suceder esto, se estarían evitando situaciones, más bien impuestas y realmente tortuosas tanto para quien ejecuta las acciones evaluadas como para quien realiza la evaluación. Algunas características deseables en la retroalimentación serían: a) Que fuera descriptiva, sobre la actuación y los resultados de ésta; b) que fuera específica, señalando aspectos concretos evitando ambigüedades; c) ocuparse de aspectos que pueden ser modificados, evitando señalar aquellos sobre los cuales las personas no tienen control; d) debe ser ofrecida en el momento oportuno; y e) debe formar parte de una decisión institucional viva, en el que tanto evaluadores como evaluados se encuentren comprometidos y se reconozcan como corresponsables. Hoy, hasta parece lógico encontrar docentes activos y auténticos que están desconfiados sobre la evaluación y hasta declaren una oposición a ésta, sin embargo, un esfuerzo que debe realizarse es mostrar las posibilidades reales de un ejercicio de esta naturaleza para el mayor beneficio posible de un proceso que por definición tiene la capacidad de impactar favorablemente la formación y desarrollo de quienes acuden a una aula; en esto, la retroalimentación bien ejecutada juega un papel importante. Sería muy interesante conocer y sistematizar la percepción que los propios docentes tienen sobre lo que se espera de ellos, así como de la evaluación que se hace de su práctica docente y de la retroalimentación que reciben; constituiría, por una parte, un factor de validación de estas acciones y, por otra, un componente más del proceso de desarrollo docente destinado a mejorar las prácticas educativas desde la decisión del propio sujeto docente. Finalmente, hay que mencionar que si bien no se podría entender a la evaluación formativa sin una fase de retroalimentación, tampoco es posible concebir una retroalimentación que se limite a ser ofrecida al “evaluado sobre sus acciones”, sino que debe ser una retroa- limentación que dé cuenta de los procesos de evaluación, así como de las propias pretensiones que le sirven de marco; no se debe perder de vista que la información que genera la evaluación permite identificar aspectos en los que debe reflexionarse y actuar para su mejora, de manera responsable y comprometida; sin duda, material para análisis y discusión profunda. *Coordinador de las Maestrías en Formación de Profesores IBERO Puebla. joseguadalupe.sanchez@iberopuebla.mx 7

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