Manahuia

Consuelo Ávila Vaugier, dando sentido a lo dicho por Eikhoff cuando afirmó que la historia es el arte de la memoria, trae al presente algunos reflejos de la vida de la activista trans Agnes Torres, quien fuera asesinada en marzo de 2012. En su reportaje, Ávila refiere: “Recuerdo que Agnes llevaba puesto un vestido escotadísimo, con estampado de piel de leopardo, unas zapatillas abiertas que mostraban un pedicure perfecto, maquillaje, cabello y uñas de celebridad. Solo la vi una vez usando pantalones porque era invierno y de todas formas calzaba zapatillas abiertas y una blusa muy escotada debajo de la chamarra de mezclilla que hacía juego con sus pantalones pesqueros. Era una mujer que no pasaba inadvertida, la veían por qué la veían”. Y agrega “En este México, que es uno de los países más peligrosos para las personas defensoras de derechos humanos y el segundo más letal para las mujeres trans, de quienes no se espera una vida que pase de los 35 años, Agnes ya había arrastrado a lo largo de su juventud una serie de discriminaciones, violencias y violaciones a sus derechos. Finalmente Narda Isabel Flores Flores, desde la literatura nos ofrece una carta dirigida a mujeres de su linaje, integrantes de unas generaciones muy distintas pero no distantes, que supieron hilvanar puentes de entendimiento entre los senti pensares de abuelas y nietas. Narda escribe: “…y reviviendo la historia de tu vida, de las mujeres que vinieron antes de ti, de mi mamá y las que vendrán en la familia, sé que el único propósito de mi vida sería hacer valer ese legado. Las conversaciones eternas de cuando veías noticias de feministas haciendo marchas, cuando a pesar de ser católica y dedicarle tu vida a eso defendías que cada mujer eligiera por sí misma, cuando apoyaste a tus nietas a pesar de las malas decisiones que tomaban… cuando veías sus tatuajes y en lugar de enojarte, te reías”.

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