Manahuia/Mayo 2023 contaste que esa amiga la convenció de casarse con su papá viudo. Dieciséis años ya tenía, Lala. Él, migrante chino, cuarenta y cinco. Cuando contabas la historia de tus padres te emocionabas, no te preguntabas ni que escondía la historia. Se llevaban bien, había cariño, tuvieron cinco hijas. Nadie se preguntaba la naturaleza del matrimonio, cuestionar algo así no se vería bien. Te cuento esto quizá solo para revelar una herida. Tu historia no fue mejor. Te criaste con tus padres y tus hermanas, desde chica aprendiste a hacer comida china y nada más, convivías con la gata que tuvo a sus hijitos en el restaurante. Tu papá chino usaba a la gata para ahuyentar a las ratas, tú te enojabas porque ella se ponía a la defensiva y no dejaba que tocaban a sus cachorritos. Luego conociste a Luis, mi abuelo, se mudaron por razones. laborales de él. Un día estabas en el tendedero comunitario del lugar donde vivían, te encontraste en tu camino a mujeres que te enseñaron a hacer frijoles. Todo el tiempo te he escuchado contar esa historia del logro mayor en tu vida: salir de tu zona de confort del arroz chino y aprender hacer frijoles. Te divertías con esas mujeres, se rieron la primera vez que lavaste ropa y esta se decoloró. Tu esposo no se enojó, decías, “¡Qué gran milagro que tu abuelo me aceptó sin saber hacer nada! Ni un plato había lavado yo.” Te sentías afortunadade que tu esposo no te lo exigiera almomento del matrimonio, aunque se había convertido en tu labor por el resto de tus días. Mi mamá también estaba a mi lado, cuidándote. Pero lleva más días sin dormir y se puede escuchar un poco de sus ronquidos. No me importa ni pienso despertarla. Pero las veo a las dos claramente. Ella, madre soltera, siempre estuvo a tu lado. Cuando me concibió a mí, tú la corriste de tu casa. Ella ya tenía trabajo estable, un hogar hecho por sí misma, me decidió tener y años después le pediste perdón por haberla tratado así. Yo solo escribo para recordarte que estoy aquí por ustedes, por Lala, por ti Celia, por mi mamá Margarita. En un cuarto del hospital, junto a otras enfermas desconocidas, tengo la imagen de mi madre y de ti, mi abuela. Todo el día tuve presente la canción Gracias a la vida, tengo ganas de cantártela pero no quiero despertar a nadie. Pero yo sabía bien porque tuve la canción todo el día en mi cabeza, porque lloré cuando necesité escucharla de camino al hospital. Lo tuve claro y reviviendo la historia de tu vida, de las mujeresque vinieron antes de ti, de mi mamá y las que vendrán en la familia, sé que el único propósito de mi vida sería hacer valer ese Epístola V Narda Isabel Flores Flores • Para Celia Wong Díaz de su nieta, Isabel. Estoy a tu lado, tomando tu mano, revisando entre líneas tu respiración, que no te despiertes abruptamente y en tu estado de inconsciencia pidas pararte para ir a comer garnachas chiapanecas. Te escribo porque me mantiene con la esperanza que despertarás yte podrás levantar por tu cuenta, que me reconocerás y no dirás el nombre de alguien más, que nos abrazaremos nuevamente, que estaremos sentadas en la mesa del comedor jugando cartas mientras me cuentas nuevamente la historia de cuando te casaste y abandonaste todo por amor, por tu familia. Escuchar nuevamente tu historia de perdón, de aprender a caminar sola, de la iglesia siendo tu salvación. Al momento sigues sin despertar del sueño, hablas por momentos, dices el nombre de tu madre: Eduarda, Lala, de cariño. Yo estoy en un estado casi similar al tuyo; mi mamá, mis dos primas y yo llevamos noches en vela cuidándote, también es como si yo estuviera en la cama del hospital, irreconocible de mi realidad. Lala, pienso, y la cabeza se me va de lado como si fuera a quedarme dormida, y la veo con claridad a ella, cruzando la montaña. Siempre se me hizo de película la forma en que narrabas la historia de cuando tu mamá inmigró de Guatemala a México, decías que agarró sus cosas, a su hermana y se fue un día de su casa; nunca explicabas las razones de la escapada, quizá tampoco ella dijo nada de esa vida pasada. Pero siempre estaba presente la montaña, que día y noche cruzó caminando para llegar Cartas para crear otros futuros
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