Gaceta de Literatura IBERO Puebla

ilustración: Abby Yareni González Navarrete grada que atropellaron junto con sus bolsas del mercado. Al no haber oficiales de policía, paramédicos que limpiaran la escena ni una madre en el asiento del copiloto que les indicara que no vieran, la imagen se impregnó en mi interior. El miedo es negro y viscoso, como el resto de mis órganos ahora empapados por lágrimas. Incluso mi boca, que aún trata de gritar, se ahoga con las palabras atoradas en la garganta infectada por la enfermedad. Otra vez no puedo escribir. Mis manos aún funcionan, mis dedos reconocen la posición de las letras en el teclado, la memoria muscular es suficiente para manejar una pluma. Mi cuerpo aún puede escribir. Pero esto no soy yo. No puedo ser yo. Porque el miedo en los ojos de mi madre, el rechazo de una abuela religiosa, el desencanto de quienes me han escuchado, el silencio en el ágora, la futura decepción que causaré en todos aquellos que me esperan y el dolor fatal que sentiré cuando falle, han dado a luz a la enfermedad que me está matando. ¿Qué puedo decir? Nada. No porque se me prohíba, sino porque yo no me lo permito. Amor, tengo tanto miedo que tuve que inventarte. Crear un receptor que escuche lo que yo no puedo con estos oídos descompuestos. Y siento vergüenza [falla renal] en una cantidad impresionante. Porque he leído lo suficiente para saber [ovarios poliquísticos] que es absurdo. Para saber [tejido necrótico] que aunque me rehúse a creerlo [hemorragia interna], el miedo fue implantado por un mundo falsamente tolerante. Para saber [hígado comprometido] que puedo hablar, escribir y gritar sin que nadie me escuche. He vivido lo suficiente para reconocer [falla orgánica total] que mi cerebro está en su lugar, que mi corazón aún palpita, que mi voz suena e incluso ríe. Las amenazas de afuera se han volcado hacia dentro. Me señalo a mí, porque no sé a quién más. Y con un cuerpo que no requiere hospitalización, con una enfermedad imaginaria y con personas cercanas, aún padezco el miedo. Lo he somatizado todo. Lo siento, amor, tendré que tragarme la tinta escrita en estas hojas y esperar que nunca nadie me lea. Mientras estas palabras habiten únicamente dentro de mí, su veracidad será cuestionable.

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