Luisa Elena Soriano Ortiz 181844@iberopuebla.mx Imaginé la represión en términos de 1984, en la imagen de un Big Brother, siempre observando cada movimiento, dispuesto a silenciar cualquier voz disidente con mirada fulminante y sanguinaria. No obstante, habito en la realidad de un poder más siniestro, sigiloso. Caída la noche, cuando la pantalla es lo único que ilumina el rostro, las noticias llegan en una lógica viciosa; más migrantes, más ciudades sin agua, más niños mutilados por bombas, más escándalos en los baños y en los deportes por culpa de una comunidad desposeída. Secciones de comentarios, repletas de ignorancia y veneno, generan la coerción que conquista nuestras mentes, haciéndonos repudiar a las víctimas en lugar de los victimarios. Y el encabezado continúa echando leña al fuego. Que si los políticos esto, que si los terroristas aquello, que si los migrantes son rateros, que si, que si, que sí, todos los que te incomodan son malvados, ojetes, escoria de lo peor. Vuelvo al masoquismo para leer opiniones de desprecio, siempre intocables por las moderaciones que buscan mi muerte y la de mi comunidad, por la violencia hacia los desposeídos. Bajando con el dedo, cada vez más y más perfiles de gente repitiendo lo mismo, cual borregos, con las voces de un eco distinto enterradas en una pila interminable de basura. ¿Libertad de expresión? No. Odio. Odio justificado en el absolutismo absurdo, ignorando que la libertad acaba donde empieza la del otro y la libertad carente de solidaridad es egoísta. ¿De qué nos sirve defender este odio? ¿De qué nos sirve seguir escupiendo al mundo? ¿De qué sirve acentuar las barreras de la división por el capricho de alejar a quien no se te parece? ¿De qué sirve una libertad que excluye? La noticia incómoda termina con un suicidio a dos balazos en la nuca del periodista que la redactó. Los medios conservadores nos dicen que miles de personas tienen que morir por la economía y los liberales nos dicen que con bañarnos en cinco minutos resolvemos la crisis hídrica. Y los millones de dólares se gastan en la desinformación y no en la resolución de problemas, en la división y no en formar comunidad, en la superioridad moral que niega la riqueza de nuestra diversidad y la fuerza que emana de la diferencia. En el pseudo ensayo de estas letras, en mi tortura perpetua al leer secciones de comentarios, surge una pregunta. ¿Para quién? ¿Para los ricos que usan su dinero para desinformar? ¿Para las empresas que se acaban nuestra agua? P
RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3