S e ha convertido un lugar común hablar de «salud mental». Este número de la Gaceta de Literatura IBERO se suma al discurso (en términos foucaultianos). Personalmente, me congratulo por esta iniciativa: una alternativa para desmontar una verdad convertida en discurso hegemónico, es cuando se le otorga un estatuto, se toma distancia de ella, se le piensa y reflexiona, y, como es el caso, se pone en circulación a través de la palabra en sus múltiples manifestaciones (cuento, poema, crónica, ensayo, aforismos…). Científicamente, ya se ha tocado mucho el tema; qué bien que, desde el estudiantado, se hable de él ahora desde lo simbólico, la metáfora; en pocas palabras: desde el lugar de apertura que brinda lo literario para ver otras facetas no evidentes a la mirada común. Con lo dicho, no estoy negando la realidad a la que el concepto hace referencia. ¡Líbreme Dios de intentar tapar el sol con un dedo! Es decir, de minimizar el alza de suicidios, de estrés, de depresión, de ansiedad y todo ese conglomerado que abarca la salud mental ―o la falta de— en personas concretas. Darle un estatus de discurso, nos permite mirar más ampliamente y problematizar lo que posibilita la aparición del concepto, así como la urgencia de su abordaje. Entender la salud mental como un concepto cerrado, exclusivo del enfoque médico-clínico, nos da pautas de acción que son indispensables para su tratamiento y atención. Abordar el concepto desde lo filosófico, lo sociológico, lo antropológico, lo económico e incluso lo espiritual (por mencionar algunas disciplinas), nos abre múltiples preguntas, igualmente urgentes. Justo ahí podemos encontrar una grieta en el discurso para entender la salud mental como síntoma ―e incluso como signo― que apunta a algo más. ¿Cómo abordar éticamente una sociedad que genera un número tan alto de personas que se suicidan? ¿Qué sistema económico orienta a las personas a preocuparse más por el capital económico que por su bienestar, en el sentido amplio de la palabra? ¿Qué tipo de trabajos creamos que nos hacen priorizar la productividad laboral más que el descanso y la recreación? ¿Por qué el discurso dominante es el éxito individual? La educación que se brinda ¿direcciona a las personas a la dicha, al diálogo y a la colaboración en el conocimiento o a la obsesión estresante por sobresalir del resto en términos ególatras? ¿Por qué el ocio tiene una carga negativa en nuestro contexto (el ocio es la madre de todos los vicios)? ¿Qué relaciones podemos encontrar en las tradiciones de sabiduría y espiritualidad Óscar Gallardo Frías oscar.gallardo.frias@iberopuebla.mx
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