―Tu falda se parece a la del uniforme de mi secundaria. ¡Qué sexy! Le sonreí incómoda. Me dejé caer en la silla del restaurante y una serie de recuerdos invadieron mi mente, traté de ignorarlos. No funcionó, mi corazón empezó a latir muy fuerte, me sudaban las manos, mefaltaba el aire. Las lágrimas rodeaban el borde de mis ojos. Me voy a morir, me voy a morir, me voy a morir. Traté de pensar en otra cosa. Giré los ojos evitando parpadear, porque, si lo hacía, las lágrimas caerían. Respiré profundo e intenté no ser tan ruidosa, para que nadie lo notara. Sentí que todos me miraban. Jugué con los dedos de mis manos para distraerme. Aquí no, por favor. Aquí no. No quería ceder. Empecé a contar en números pares para ver si al concentrarme en algo más, detenía toda la maquinaria que me dirigía hacia la crisis. Dos, cuatro, seis, ocho, diez, doce, catorce… A los catorce tuve mi primera crisis de pánico, fue un jueves al llegar a casa desde la secundaria. Lloré como nunca. Estuve recostada en mi cama, cubierta de pies a cabeza por una cobija, aún tenía la falda del uniforme puesta. Pasé así las horas hasta que oscureció. Esa noche cené sola, aunque no tenía apetito sino miedo y asco. Quería morirme, no volver a salir nunca, ser invisible, dejar de existir. Al otro día usé el pants de deportes y estuve callada en todas las clases. Tenía la cara hinchada de tanto llorar, pero ningún profesor me preguntó qué pasaba. Tomé otro camino para llegar a casa y estuve con todos mis sentidos alerta, esperaba que ese día nadie me siguiera. Dieciséis… A los dieciséis yo preveía cada paso que daba, cada acción que ejecutaba, eso me hacía sentir un poco más segura. Todas las mañanas seguía una rutina y un camino que conocía de inicio a fin, pero aun así, había días en los que me ponía nerviosa. Sentía náuseas, mareo, agitación y un miedo incontrolable de tan solo imaginar que nada saldría como lo planeé. A veces no podía con tanta incertidumbre y me la pasaba consternada casi todo el tiempo. Mi primer novio se dio cuenta de esto y me dijo que debía dejar de exagerar. Hannia Miroslava Soto Hernández hannia.soto@iberopuebla.mx UNIFORME ESCOLAR
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