Si fueras césped me convertiría en rocío para acariciarte. Me condensaría en partículas húmedas. Y después del frío te cubriría entero. Ana Paula Carrillo Meza anapaula.carrillo@iberopuebla.mx Las notas manan de un delirio eufónico, el profeta habla, la lira que ya no es lira grita sus últimas y agotadas palabras, aquellas que rompen una era: un amor supremo, un amor supremo. A Love Supreme constituye una de las revoluciones estéticas más sustanciales de todos los tiempos, un viraje en la música, la mística y el amor que ni los propios coetáneos de John Coltrane lograron entender. Se trata, acaso de un despertar contingente, el abandono de un letargo sensible y ciego, una travesía que, por medio de una armonía onírica, un ritmo impetuoso y unas melodías frenéticas, busca consumar aquello de lo que Plotino tanto hablaba: el retorno a lo divino, el extático regreso al Uno. Sin más, el disco de 1964 resulta, más que un mero goce musical, una invocación hacia el amor más puro y sublime que puede acontecer en nuestra contemporaneidad: el amor ideal, el amor al amor, el amor en sí. De esta manera, Coltrane nos presenta tanto alegorías programáticas —como la representación de la omnipresencia a través de un motivo que se repite en las doce tonalidades musicales, o la evocación de la trinidad a través de ritmos atresillados—, como predicaciones y declamaciones de salmos traducidos en lenguaje musical. No obstante, algo aún mayor a la representación y la copia en la música permanece: una especie de absolutismo, de renuncia a la apariencia y de nexo con lo inteligible. Allí se encuentra, en medio de berridos del saxofón y murmullos del contrabajo: un amor supremo. José María Sánchez Hernández josemaria.sanchez.hernandez@iberopuebla.mx
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