La 4T bajo la lupa

— 24 — principalmente en países democráticos, los procesos de militarización no siempre se relacionan con la ruptura del balance cívico-militar (Morales Rosas y Pérez Ricart, 2015). Así, existen conceptos más amplios de dicho fenómeno. Bickford (2015) argumenta que la militarización se trata de un proceso cultural y simbólico amplio de preparación para la guerra, por lo que más allá de la presencia militar en el espacio público, la militarización termina por influenciar y afectar el día a día de las sociedades donde ésta se desarrolla. Ante estas dos posturas, Hall y Coyne (2013) proponen la distinción entre la militarización directa, en aquellos casos donde la presencia de las Fuerzas Armadas es visible y desplegada principalmente para realizar labores de control interno; y la militarización indirecta, en situaciones concretas donde las instituciones policiacas (civiles) adquieren estrategias, armamento y prácticas militares. Lo anterior nos lleva a pensar la militarización como un proceso amplio de adopción de lógicas militares, que termina por constituir a las Fuerzas Armadas como un actor hegemónico en el que estas lógicas militares permean a la sociedad en general, no solamente a las instituciones policiales. Hablando concretamente de la militarización de la seguridad pública, Piñeyro (2010) argumenta que ésta se desarrolla principalmente basada en la legitimidad de la eficacia militar, es decir, en la idea de la supuesta superioridad de militares para realizar tareas de seguridad pública, frente al constatado fracaso de las corporaciones civiles. Desde esta perspectiva, la militarización de la seguridad pública nunca es horizontal, esto es, que el proceso se desarrolla dentro de un desbalance de fuerzas entre las instituciones militares y las civiles. Este desbalance (de presupuesto, de aceptación en la opinión pública, de poder, entre otros) obliga a las instituciones civiles a adoptar procesos de semejanza asimétrica y “procesos de cambio isomórficos” (Morales Rosas y Pérez Ricart, 2015: 93) en un esfuerzo por parecerse cada vez más a las instituciones militares. Posteriormente, el proceso de militarización de la seguridad pública pareciera completarse cuando se refuerza por medio de la militarización social (también conocido como militarismo), es decir, la legitimación y aceptación por grandes sectores de la sociedad de la presencia militar, al grado de verlo como algo inevitable y normal (Lutz, 2009). Por lo tanto, es inevitable vincular la militarización de la seguridad pública con la inseguridad percibida por la ciudadanía. La seguridad se ha constituido como preocupación central de las sociedades modernas, al grado de que su ausencia se ha convertido en icono de la crisis de estas sociedades.12 Indudablemente, los discursos de militari12 Por ejemplo, cuando Beck (1998) habla de la crisis moderna bajo la idea de “sociedad del riesgo”, centra el riesgo tanto en la seguridad como en el futuro; cuando Bauman (2003) se refiere a lo “líquido” de la

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