Contratiempo

EN LA IBERO ARTE U IVERSITARIO escuálida silueta, la cual cada vez se movía más rápido hacia él. —¡Profe, profe! — Le gritaban — ¡Profe Martín! Cuando la silueta estuvo cer- ca pudo ver a Mario a uno de sus alumnos. El niño de carita sucia le sonreía con amor, como si hubie- se visto la cosa más asombrosa del mundo entero. —¡Profe Martín! — lo abrazó sin importarle la caja— ¿¡Cómo ha estado!? —¡Hola, chamaco! ¡Qué gusto! Pues aquí andamos nomás —¡Me hace muy feliz verlo de nue- vo, profe! ¿¡Qué cree!? Mi viejo ya con- siguió chamba, en unos meses se va al otro lado a trabajar y yo ya podré vol- ver a la escuela y me voy a su taller— le dijo Mario con una ilusión que se le salía del pecho— ¿Cómo ve, profe? —Ay, mi estimado Mario— miró a la caja repleta de cosas —Ya me co- rrieron del colegio, ya no voy a dar clases… —Ah…— sus ojitos, pequeños como él, se llenaron de lágrimas que amenazaban con escapar— No se agüite, profe, a todos nos está lle- vando ... Bueno, ahí nos vemos, pro- fe— Se dio la vuelta antes de que el maestro pudiera verlo llorar y empe- zó a caminar. —Ojalá nos veamos de nuevo Martín se quedó parado ahí, vien- do como su enano se alejaba, le miró los zapatos de suelas rotas y el ca- jón de bolero prehistórico que car- gaba en el brazo izquierdo. Ahora él tenía los ojos aguados, sabía que Mario tenía razón. —Sí, a todos nos está llevando ... —suspiró y siguió su camino. —¿Por qué no va usted? Ahí está en su despacho. —No, si voy, terminaré mentán- dole la madre. —Bueno, maestro Martín, cuídese y a ver si nos visita. Martín se encogió de hombros y caminó a la salida de la escuela, en donde se detuvo un momento antes de salir a la calle y afrontar el enorme mar del desempleo. “Púdre- te”, pensó cuando tuvo un pie fuera del colegio y siguió caminando. Uno, dos tres, cada paso se sentía vacío, ya no volvería a ver a sus enanos, como él les decía a sus estudiantes, ni siquiera había podido despedirse, pero qué más daba ahora. El profesor no paraba de pensar qué iba a hacer ahora que no tenía trabajo, realmente no se le ocurría al- gún plan, jamás había pensado en qué pasaría si lo despidieran. —Los enanos me amaban— dijo para sí —mi taller llevaba 10 años te- niendo cupo lleno ¿quién más ha lo- grado algo así? ¡nadie! — protestaba en silencio. —Pero bueno, Chofi ne- cesita más la lana que yo Caminaba por la larga avenida intentando convencerse de que por algo sucedían las cosas y que no po- día ser tan imbécil como para volver- se e ir a protestar por su despido y lograr que corrieran a Chofi. Él sabía que si regresaba con el director con- seguiría tener de nuevo su trabajo, pero no podía ser tan malo, no sabien- do que Chofi tenía una boca más que alimentar, si fuera otro pobre diablo como él, sin duda iría a esa oficina a pedir su trabajo de vuelta. A lo lejos, una mano lo saluda- ba, aún no distinguía quién era esa

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