Contratiempo

IBERO Puebla | 8 OPINIÓN Eduardo Luna Álvarez Estudiante de Ingeniería en Sistemas Computacionales EL TIEMPO FUERA es una novedad ni una pesadez. Pero para todo esto siempre perdura la necesidad de que lo vir- tual sea cotejado con lo real, y viceversa. Porque ¿de qué sirve leer un libro que no nos transforma? ¿De qué sirve ver una película que no nos evoca ningún tipo de emoción? ¿De qué sirve jugar un videojuego que no crea lazos tangibles con otros o que no nos pone en contacto con nosotros mis- mos? ¿De qué sirve un mensaje de un amigo que no nos hace extrañarlo en estos días? De ahí que lo más irritante de esta situación sea que aún fal- tan varias semanas para que mucho de lo virtual que hemos hecho en estos días se coteje con la realidad. ¿De qué sirve jugar a la escuelita (y no por ello quiero minimizar la gran carga de trabajo que muchos tenemos), si el conocimiento queda ahí volando? ¿De qué sirve el cariño que senti- mos por alguien, si no lo podemos expresar con un abrazo o con algún otro gesto? ¿De qué sirve un potencial ligue de cuarentena, si nunca tienes la posibilidad de salir con él o con ella? Y entiendo que muchos compren en línea, pero ¿de qué sirve el dinero, si eventualmente no lo puedes gastar? De nada. De absolutamente nada. Pero ya regresa- rá el tiempo para retomar al cien nuestras amista- des, para gastar dinero, para estrecharnos, comer un helado e ir al cine. Para mí, en cierto modo y en cierta medida, todo lo de afuera transcurría fuera del tiempo, hasta que me hice realmente consciente de que el tiem- po sí es relativo, que depende del espectador. Que para mí y para otros muchos no corre, pero que para otros ahorita vuela. Ya había pensado en los vendedores ambulantes, pero ningún pensamiento lamenté tanto como las pukis ; término más ami- gable con que prefiero llamar a las sexoservido- ras. Todo esto fue hace unas semanas cuando leí un par de artículos que trataban sobre la situación tan deplorable que actualmente están viviendo en Ciudad de México y aquí en Puebla. No por ello P ara este espacio al cual se me invitó a modo de válvula de escape, me he permitido calcu- lar el día de la cuarentena en el que estamos con el fin no de torturarme, sino de percatarme cuánto tiempo ha pasado desde tantas últimas ve- ces. Dependiendo de los días que cada uno quiera contabilizar, como fines de semana o vacaciones, la cuenta puede variar. Pero para mí hoy es aproxi- madamente (cambia de acuerdo con el evento) el día número 44 desde la última vez que fui a la uni- versidad, la última vez que vi a mis amigos, la últi- ma vez que cené un jueves o que fui al cine, entre otras tantas más. Al momento de pensar en todas estas últimas veces no me invade un sentimiento de añoran- za, ni de culpa por no haberlas disfrutado como es debido, como se disfruta algo por última vez. ¿Pero quién podría imaginar que sería la última vez de algo? Nadie. Por eso no debe haber culpa. Al contrario de estos sentimientos, estas últimas veces me parecen ajenas, como si todas perte- necieran a otro tiempo; a un tiempo en el que sí transcurre el tiempo. Todo esto me resulta como si se tratara de una extensa, extensísima, cele- bración del Natalicio de Benito Juárez o como si estuviera en el carro esperando a que cambie ese eterno rojo; aunque técnicamente así esté el semáforo desde hace unos días. Para mí la cuarentena, en su gran mayoría, ha sido un tiempo fuera del tiempo. Es cierto que existen pruebas que, como mi cabello y mi barba todos desaliñados, y el aumento del calor en estos días, dan fe de que el tiempo ha pasado aquí en mi casa. Pero de allá afuera no recibo nada tangi- ble que lo verifique, ya que todo lo que me llega es virtual: WhatsApp, notas de voz, correos, vi- deos, noticias, etc. Como estudiante de sistemas computacionales o como un millennial más, o de la generación que sea, estar en frente de una com- putadora o de un celular durante largas horas no

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