Contratiempo
ContraTiempo | 15 OPINIÓN E ducar para la paz debería ser, definitivamente, uno de los fines de cualquier proceso educativo. Sin embargo, esto no puede lograr- se con lecciones puramente repetitivas, es decir, la forma tan tra- dicional y mundana en la que continuamos inmersos no aporta nada. Logar esto requiere mucho más que un docente hablando al frente de un aula, se necesita más que una conducta moldeada en el conductismo. Es necesario un acompañamiento verdadero, donde las relaciones interperso- nales no se fundamenten sólo en jerarquías y donde los aprendizajes, incluso aquellos más allá de lo formal, sean significativos. Lo ideal sería que siem- pre se interiorice el reconocimiento del “otro” frente a mí en la interacción cotidiana. Por “otro”, no me refiero a una copia mía, sino a un individuo tan válido como lo soy, otro ser humano que experimenta el mismo dolor o la misma alegría que puedo atravesar. Puede que suene confuso, hasta utópico quizá, pero, en educación no queda otro remedio que aspirar a la utopía, no hay otra forma mediante la cual podamos desear una mejora. Si bien es un camino largo, estoy conven- cida de que podemos lograrlo, pero se necesita un esfuerzo colectivo y, al mismo tiempo, individual. Un trabajo colaborativo, por muy trillado que suene. Después de todo, el actuar de la sociedad se ve reflejado en la educa- ción, la cual a su vez se refleja en la sociedad. Ambas partes están relacio- nadas, es inevitable, por ello, nuestras acciones deberían estar encaminadas al contexto existente fuera de las aulas o los centros escolares. Si se quiere un cambio, no se puede dejar toda la tarea en manos de las escuelas, puesto que no se lograría nada. El objetivo que se persigue es mucho más profun- do de lo que parece, en realidad el hecho de “educar” lo es aún más, por lo cual no es adecuado otorgar todo el peso de una enorme empresa a un pe- queño grupo, ser corresponsables es definitivamente el mejor camino que podemos seguir durante el viaje. En un mundo como el nuestro, donde prácticamente la violencia se res- pira, se come y se bebe, no podemos seguir apoyándonos en un sistema que recae plenamente en la memorización, los reforzadores y la formación de estudiantes en serie. Sería ideal comenzar a apostar por un modelo edu- cativo que no promoviera la competitividad desmedida, que no hace más que generar deshumanización. La convivencia que se vive se basa en ganar sin importar lo demás, en otras palabras, cada quien debe rascarse con sus propias uñas. Esto no es justo, y deja en desventaja a un gran número de personas, quienes también son parte del futuro de la sociedad. Todavía hay esperanza. La actualidad, aunque tormentosa, abre un aba- nico de posibilidades de cambio, eso es definitivo. Sé que es un trabajo duro, pero terminará por rendir frutos. De los errores del pasado podemos retomar lo que nos ha funcionado y desechar lo que no ha hecho más que arruinarnos. En un tiempo tan avanzado como el nuestro, la tarea es menos pesada, tenemos un mar de herramientas a nuestro alcance que sólo están esperando por ser aprovechadas. ¿Cuáles son nuestras herramientas? La información y nosotros. A partir de ello, la travesía puede comenzar. Ya es suficiente con volver al barro de la culpa. Necesitamos rehabilitarnos y para eso necesitamos caer, cosa que ya hicimos, no queda más que empezar a caminar hacia adelante, unos pueden comenzar antes que otros y permi- tirnos observar ese trayecto, para así conseguir ese empujón que nos hace tanta falta. Volver a nuestra humanidad no es tan descabellado como pa- rece, incluso resulta vital. Es un trabajo de todos y vale la pena intentarlo. EDUCACIÓN PARA LA PAZ Mary Tere Salvador Reyes Estudiante de Procesos Educativos
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