Contratiempo

EN LA IBERO ARTE U IVERSITARIO cano, un miedo bueno como ver a un hijo nacer. Su rostro era inexplicablemente bello, sus ex- tremidades inequívocamente simétricas y pro- porcionadas, pero lo que más inquietaba eran los ojos, no parecían mirar a un lugar en espe- cífico, sino a todo al mismo tiempo, inclusive el alma del caballero. — Veign state mol vivi e vita compred… — sus labios parecían moverse, ¿o no? Estaban congelados por algo podía oír su intrigante voz. —No gozo conversar con demonios…— anunció el caballero exponiendo la escarlata hoja de su espada larga. — No gozas conversar con demonios …— la voz, pero esta vez más cerca. —Un paso más anunciara tu muerte, ale- ja vuestra presencia de nosotros…— apretó su espada. — No son pasos lo que doy …— la voz, esta- ba a su lado, en un instante la figura se hallaba al lado derecho del caballero — Son tiempos — añadió mostrando sus ojos que veían, pero no miraban. Las rodillas del caballero cedieron, obligán- dole a caer sobre ellas, la presencia era tan fuer- te como el muro que protegía al rey, sus ojos penetraban el alma, aunque ni siquiera le mira- sen. Su espada cayó a la mano del demonio, la hoja no le dañó, al contrario, le permitió tocarla. — ¿Qué es esta brujería?,— sollozó el caba- llero conmovido por la belleza del ser, atemori- zado por su presencia. — Eros y Thanatos en conjunto — soltó el de- monio, levantándose sin tocar al caballero, am- bos eran de la misma estatura, pero no de la misma compostura. —No lo concibo— soltó dejando escapar emociones que ni él ni nadie podía catalogar. — Nunca lo podrán hacer — susurró el ente, le calmó, ahora podía ponerse de pie por sí solo, no temía, simplemente sentía. —Jamás lo haremos— cedió gustoso, atre- viéndose a mirar los ojos del demonio. — Has bebido del agua besada por la luna, ahora tu vida me pertenece. Inmortal te hayas ahora, pero mío serás, debes saber, el lago es mi cuna de Laider el demonio blanco — las palabras lejos de atemorizarlo le produjeron una especie de calma intranquila. —Lo lamento— ¿estaba siendo sumiso? ¿qué le pasaba? —Quisiera ser libre, siempre lo he sido…— sintió en ese momento una pie- dra en el estómago de tamaño inconcebible. — Serás libre bajo mi brazo, serás prote- gido e igual podrás ir a las batallas, serás mío y tuyo — sus palabras parecían una canción de cuna, le adormecían. —Entiendo…— cedió bajando su mirada en señal de vergüenza. — No te avergüences de mi o de ti, soy tu nuevo rey, me avergonzarás a mí también — entregó de vuelta la espada, el color escar- lata había sido cambiado por un tono rubí, a penas la luna le besó se podía ver que no solo era el color, la misma piedra era la espada. —Agradezco— la tomó sin dudar, enfun- dándola de inmediato, notó entonces una paz en el silencio del bosque, sin pájaros, sin animales, no había viento, su caballo esta- ba callado. — No te encomendaré ninguna tarea tú sabrás que hacer por mí y cuando — la voz cambió a un tono algo más neutro. —¿Cómo he de agradecer tal regalo como la inmortalidad?— Como si de la muerte se tratara, rápida, fluida e insospechada el caballero notó los labios del demonio sobre los suyos; un ca- lor sobrecogedor recorrió cada parte de su ser, eran suaves demasiado suaves como si de un sorbo de agua cálida se tratara. Am- bos cuerpos por un momento se fundieron dejando atrás la inquietud de sus ojos, de las miradas indiscretas, el calor del demo- nio junto a la frialdad de la armadura ébano se fundían en un solo beso eterno, conde- nado, lejano e imposible de definir en letras humanas. — Bendíceme con el amor humano una vez más — cortó.

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