Contratiempo

ContraTiempo | 13 OPINIÓN N o, los mexicanos sí leemos, pero leemos porquerías. De- jemos de lado la pobre cifra de 3.8 libros al año leídos por nuestros compatriotas, lo importante aquí es que, en México, leemos todo el tiempo. Espectaculares, carteles, redes so- ciales, periódicos, folletos, etcétera. Nuestros días se ven inunda- dos de letras, inevitablemente, sin embargo, esas letras describen cosas que no van más allá de los chismes y la venta productos muchas veces inservibles. Andamos por ahí consumiendo basura, casi como si fuéramos adictos a ella o como si de plano no tuviéramos otra cosa; es im- presionante ver salas de espera repletas de revistas que no son más que un cúmulo de desechos con titulares bastante patéticos y cuyo único objetivo es obligar al lector a enterarse del escánda- lo entre familiares de José José o alguna cosa por el estilo. Ni ha- blar de los periódicos. Hojas de papel repletas de noticias que no contribuyen nada más que a alimentar la ignorancia tan caracte- rística de nuestro pueblo, pasa lo mismo en las versiones digitales de muchos diarios: miniaturas llamativas y con- tenidos de farándula, denigrando despiadada- mente al periodismo, que ya bastante golpeado se encuentra. Es casi obsceno, vomitivo. Y las librerías, esos pobres establecimientos que muchas veces han tenido que sucumbir ante la popularidad de libros creados con un solo propósito: vender, a como dé lugar. De- jando de lado las páginas y portadas de mate- riales que llevan consigo puro conocimiento. También tenemos a las grandes empresas que se aprovechan de la “inocencia” de sus consumidores. Les hacen comprar libros con títulos que suenan “matadores” y les hacen creer que son obras de calidad, que contribuyen a su inteligen- cia, haciéndolos pensar que forman parte del reducido círculo de la intelectualidad mexicana. Suena a chiste, pero es aterra- dor. Qué problema tan grande conlleva lo anterior: un grupo de personas, que lee la misma basura que el resto, con la diferencia de que se piensa con la autoridad para hablar a diestra y siniestra del primer tema que se le atraviese, dejando salir nada más que disparates. Bien lo decía Jorge Ibargüengoita sobre los mexicanos en Ins- trucciones para vivir en México: “muchos de los cuales son acom- plejados, metiches, avorazados, desconsiderados e intolerantes. Ah, y muy habladores”. ¿Cómo no iban a serlo? Si estamos tan acostumbrados a leer textos que sólo fomentan dichas actitudes porque es verdad, hasta cierto punto, nos encanta lo grotesco del amarillismo, lo irreal de las noticias falsas y lo entretenido de los chismes de celebridades que son tanto o más des- consideradas que los demás. Vaya lío en el que nos hemos metido. Quizá hemos saltado al profundo mar de las lecturas populares y vacías sin saber que, probablemente, nos ahoguemos en ellas antes de poder salir a dar una bocanada de aire. ¿De qué manera llegamos a esto? Parece inaudita la idea de estar enredados en el problema después de ser un país que contribuyó al mundo literario con grandes autores e intelectuales como Octavio Paz, Jaime Sabines, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, entre otros más que ahora no menciono, pero que indudablemente merecen reconocimiento profundo por su legado. En fin, es bastante complejo todo esto. Una ma- raña. Aunque, creo que es posible sortearla y lo- grar, tarde o temprano, que los mexicanos volteen a las letras que realmente tienen un valor, no sólo monetario sino humano porque no debemos olvidar que ellas son las únicas capaces de profundizar en el in- terior del ser humano, capaces de trascender al tiempo, sin em- bargo, pocos son los que se dan cuenta de su relevancia y, así sin más, deciden tomarlas a la lige- ra y leer contenido que poco nos aporta, es bastante inútil conocer de memoria los nombres de actores o actrices noveleros y con ello sentirse autoridad para criticar el trabajo de aquellos personajes de revistas chismosas. Lo mis- mo pasa en la cuestión del periodismo, los pobres lectores de diarios morbosos, llegan a creer que lo que leyeron es sinónimo de la realidad. Los mexicanos sí leemos, es indiscutible, lo real- mente turbio es la clase de cosas que leemos. Esta- mos corrompidos, como casi todo en este bendito país. No queda mucho, quizá, nuestra única espe- ranza sea comenzar a abrir los ojos por decisión propia y así empezar a buscar material que nos saque del hoyo en el que estamos. Es un camino difícil, vaya que lo es, pero no imposible, sólo re- quiere tiempo, el cual es interminable, por mucho que parezca finito. Por Mary Tere Salvador Reyes Estudiante de Procesos Educativos LOS MEXICANOS ANDAMOS POR AHÍ CONSUMIENDO BASURA, CASI COMO SI FUÉRAMOS ADICTOS A ELLA O COMO SI DE PLANO, NO TUVIÉRAMOS OTRA COSA

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