Contratiempo
IBERO Puebla | 8 ACADÉMICOS MI EXPERIENCIA Por Abraham Briones Payán Estudiante de Diseño Gráfico H ace poco leía una nota titulada “Abuelas de la Plaza de Mayo recuperan en España a la nieta 129” y aunque me reconozco bastante desinformado en cuanto a las par- ticularidades del conflicto argentino y las desapariciones de los años setentas-ochentas, algo en mi corazón saltaba y me revolvía. Pensaba que, en esta lucha, estas abuelas, muchas hoy mayo- res de 80 años y a las que algunos incluso llaman “las locas de Plaza de Mayo”, nos demostraron que existe, entre todo este caos humano, una fuerza y una fortaleza que nos mueve y nos vincula: la esperanza. Y parafraseando a Eduardo Galeano, en su texto El derecho al delirio , esas locas son hoy el más claro ejemplo de salud mental. Comienzo hablando de este movimiento del corazón, porque es parte del crecimiento que voy reconociendo en mí a partir de mi paso por la universidad, pero, sobretodo, de este gran tesoro que tuve la fortuna de vivir en ella, el PLIUL (Programa de Lide- razgo Ignaciano Universitario Latinoamericano). Digo que es un tesoro porque ha sido una de las experiencias más trascendentes en mi vida, llena sí, de muchos aprendizajes teóricos, pero también de una profunda experiencia de sensibiliza- ción, humanización, comunidad y compasión. Y digo también que fue una fortuna vivirla porque sé que solo unos cuantos podemos pasar por ella. En lo particular, la experiencia en el PLIUL me permitió recono- cerme en lo individual y lo colectivo; haciéndome consciente de muchos de los elementos presentes en mi contexto, mismos en los que hoy reconozco mis responsabilidades como profesional, como mexicano, como latinoamericano, como hijo, como amigo y también como cristiano. Asimismo, fue una experiencia de un gran acompañamiento por parte del equipo del PUI (Programa Universitario Ignaciano), en el que pudimos desarrollar herramientas que hoy considero imprescindibles en mi vida. Desde habilidades de introspección y comunicación efectiva y afectiva, hasta un modo de proceder desde la propuesta de San Ignacio de Loyola, con una constante contemplación, oración y discernimiento. Al menos para mí, estas habilidades son ahora el pilar que sos- tiene gran parte de mi vida y mi desarrollo humano. Si pudiera re- comendar algo a la universidad, sería seguir innovando para llevar esto aún más a las aulas. Quiero ahora retomar a las abuelitas de Plaza de Mayo para ha- cer esta analogía con otra parte fundamental de este programa. Estas mujeres incansables que llevan más de 30 o 40 años bus- cando a las y los desaparecidos, comparten también algo que hoy voy aprendiendo a entender mejor: un profundo dolor. Este dolor que nos distingue tam- bién como especie humana, un dolor vinculante que históricamente nos ha permitido actuar y detonar dinámicas sociales fundamentadas a su vez en un amor profundo. Dar la vida para salvar al otro, para proteger a nuestros pueblos, para preservar, diría Leonardo Boff, a la casa común e incluso, por un bien mayor, elegir la muerte en la cruz. A lo que voy con esto es que, más allá de un en- tendimiento teórico-filosófico de todo, el PLIUL no sólo abre los ojos y la mente, también el corazón, sacándonos del salón de clases al encuentro con un planeta que sufre, con otro ser humano tan diferen- te y a la vez tan parecido a nosotros con quien esta- mos profundamente vinculados y con quien somos corresponsables de preservar de la mejor manera posible la vida. Saber también que el PLIUL sucede en tantos lugares de Latinoamérica y que hay jóvenes como yo, formándose y abriendo el corazón para cons- truir un mundo más justo y más amoroso, me da la esperanza, así como a las abuelitas y los otros muchos que hoy luchan, de que la construcción del reino de Dios es posible. Por último, quiero mencionar que estoy genuina y profundamente agradecido con el equipo del PUI, con la red AUSJAL (Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Lati- na) y con todos los que hoy apuestan y se atreven a confrontar estas realidades tan torcidas que vivimos en todo el mundo, optando también por nosotros los jóvenes. Aquí en la IBERO Puebla ya somos más de 60 estudiantes que hemos vivido el proceso y este año hay un grupo de alrededor de 30 viviéndolo. Gracias por sembrar en nosotros esa semilla de amor y confianza, por darle los cuidados necesa- rios para que hoy se estén convirtiendo en grandes árboles, que estoy convencido que nos permitirán toda la vida seguir recogiendo frutos.
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