Contratiempo
EN LA IBERO ARTE U IVERSITARIO que alguien, al ver el árbol tan esplendoroso había decidido arruinarlo con algún hechizo. Mi padre se enteró de ello, le dijo a mi madre que aquello no era más que una superstición, afirmó que probablemente el árbol había enfermado. Unos cuantos días más tarde mi papá se tomó el tiempo de mirarlo cuidadosamente, notó varios huecos en el tronco del árbol. Un gusano lo había invadido. Mi abuelo se preocupó al saber lo que ocurría, todos lo hicimos. Sabíamos que, si no hacíamos algo, el piñón terminaría por morirse. Algún tiempo después dejé mi casa por medio año, no lo vi durante ese periodo. Al volver, esperaba verlo tan lindo como siempre, sin embargo, me llevé una decepción muy grande al mirarlo más débil y marchito. Temía que fuera su fin. Los meses siguieron su curso, tuve que dejar mi casa nuevamente pero cuando volvía, él siempre estaba ahí. Cada vez, mi gran amigo agonizaba con más fuerza: sus ramas se iban cayendo y aquel maldito tono marrón se apoderaba de él. Nadie hacía nada por salvarlo, ni siquiera yo, así que un día, así sin más llegó el final. Regresé a mi casa una tarde. Salí al jardín a saludar a mi buen árbol, quería verlo, sin embargo, él ya no estaba… lo habían cortado. Su tronco y sus ramas ahora eran leños apilados. El corazón sintió dolor al ver tan triste escena… aquel ser tan imponente y bueno había desparecido sin despedirse de mí. El jardín luce vacío, abandonado sin la presencia de mi tan querido piñón. Veinte años se perdieron, se fueron a la basura. Una parte de mí se ha ido con él. Ya no habrá más sombra ni aves anidando, todo aquello se ha marchado. Nunca olvidaré a mi gran amigo, ni me perdonaré su muerte, así como tampoco olvidaré aquel día en que el árbol enfermó. LA SONRISA Por Lourdes Serrano Romero M e veo en el espejo y no sé de quién es la mirada reflejada al otro lado. Sus manos son libres y las mías aprietan un cuchillo. Ella me sonríe y mi mano empuñada emprende la travesía de mi cuerpo. El comienzo es lento cuando se desliza por mi rostro, sigue a la misma velocidad al pasar por mi cuello de venas marcadas, que estorba su paso cuando trago esta saliva amarga. Su camino se torna liso hasta llegar a mi ombligo. No sé por qué respiro tan fuerte, ¿qué es esta lágrima incierta que resbala de mis ojos? Como un imán, mi mano lo lleva de vuelta a mi cuello. Una marca roja aparece y me divi- de. Igual que el espejo me separa de quien está detrás de él. El cuchillo es de hielo, adormece mis sentidos cuando comienza a girar, pero no se com- para con el remolino de emociones al sentir que mi pecho hierve y se descose. El olor que sale de él es de carne olvidada. La puerta de mi alma está abierta. Levanto la mirada y no hay nadie detrás del espejo. Y lloro. No me duele la herida, me duele el abandono. Una mano, con el sol en sus dedos, me levanta. Aquí está de nuevo. Tiene mi cara, pero le acompaña una sonrisa que sola se defiende, me abraza y suavemente susurra “Te perdono”.
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