Contratiempo

9 “Dolores…”, la tomé de la muñeca. “Hágame el favor de soltarme”, me miró retadoramente. “Perdón… es que hacía mucho tiempo que no te veía…”. “Sí… lo sé”. “¿Cómo has estado?”. “Perfectamente. Ahora si me disculpa, tengo que irme”. “¿Por qué me hablas de usted?”. “Así lo prefiero”. “Te ves bellísima”. “Sí, eso igual lo sé. Si ya no tiene nada que decir, me voy. Tengo prisa”. “¿A dónde vas? Tú jamás fuiste una mujer de prisas”. “Voy a recoger mi vestido de novia”. “¿Te vas a casar?”. “Sí”. En ese momento el corazón sintió morirse. No me cabía en la cabeza que ella quisiera casarse con alguien que no fuera yo. “¿Con quién?”. “Eso es algo que a usted no le importa”. “¿Tan pronto te has olvidado de mí?”. “Me he tardado más de lo que usted tardó en dejarme. Le bastó una tarde y una despedida abrupta y sin justificación para irse”. “Perdóname”. “Yo a usted no le perdonaré nada”. “Al menos déjame ir a tu boda”. “No sea cínico. Mire, le dejo esto, así es el vestido que usaré”. Sacó de su bolsa un recorte de revista. Era esa misma revista y ese mismo vestido con el que había iniciado su ilusión, una ilusión que ni yo pude deshacer. “Le recomiendo, Pablo, que se inicie en el sacerdocio. Ahí no será mal visto que no se haya casado. Con permiso”. No le respondí, se dio media vuelta y cruzó la callé, no dudé en seguirla. Entró a la tienda de novias y me quedé afuera observando a través del cristal del aparador; desde mi posición se miraba perfecta- mente el interior de la tienda, sin embargo, no podía verla. Y fue entonces cuando apareció de nuevo, traía puesto aquel vestido blanco. Varias señoritas que al parecer trabajan en el establecimiento, le hacían algunos ajustes a la tela. Lucía hermosa y fatal, como una diosa griega, coronada con un velo. Mi espíritu se hizo pedazos, las esquirlas de la cruel realidad destrozaron mi entereza y me empu- jaron al llanto, a un lamento amargo y lacerante. Así sin más rompí el recorte y arrojé los trozos al suelo; sin secarme las lágrimas me fui de ahí pensando en ella, tan altiva y segura, más dueña de sí que nunca antes. Ya no era Dolores, ya sólo era una mujer partiendo plaza por Madero. Arte y cultura

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3