Contratiempo

10 Ú ltimamente ha estado muy de moda tomar parte en cual- quier conflicto que surja, sea grande o pequeño y, por supuesto, cada postura es manifestada abiertamente en las redes sociales, en mi caso Facebook. Soy una amante de pelearme con desconocidos en esta red. Pero, bueno, lo que quiero decir es que, durante los últimos años, la población en México es más hipócrita de lo normal. Todos sabemos que esta época ha sido de cambios enor- mes en nuestro país y el mundo, cada quien tiene su opinión sobre cada tema en particular, opiniones que son una mezcla entre sólido y líquido. Sólido porque siempre son tajantes, y lí- quido porque muchas veces tienden a ser efímeras. Esto lo podemos observar en los partidarios de Andrés Manuel López Obrador que mantienen una tórrida batalla de comentarios en contra de quienes no simpatizamos con él. Quienes están a favor del nuevo presidente defienden a capa y espada las decisiones que el señor toma, a pesar de que sean malas o sumamente utópicas, justifican a Morena y a quienes lo conforman, incluso cuando en sus filas se encuentren per - sonajes que intervinieron en las desgracias de nuestro país, ex miembros de ese gran monstruo político que vive en las entra- ñas de México, y se atreven a proteger a todos esos logreros que ahora militan en el partido de la supuesta transformación. ¿No es incongruente el hecho de criticar al sistema, pero apoyar al partido formado por miembros honorarios de ese sis- tema corrupto? Es curioso como los mexicanos nos dejamos seducir tan fácilmente por los conflictos de interés. Otra manifestación de la doble moral mexicana es el enojo hacia la juventud. Comencé a escuchar al Tri hace unos seis años y una frase de la canción “Chavo de onda” se me quedó en la mente: Pobres de los viejos, ellos no lo pueden entender. Realmente nunca le di importancia a esas palabras hasta hace tres meses, cuando comencé a convivir con gente mucho ma- yor que yo en un taller de literatura. En la clase sólo habíamos dos personas no mayores de los veinte años, todos rebasaban los cuarenta. Conforme el curso avanzaba, se hacían un poco más frecuentes las opiniones de muchos de los participantes sobre lo pérdida que está la ju- ventud —claro, el taller jamás giró en torno a los jóvenes—. Un señor en particular era quien más se quejaba de los chavos, en cada una de sus participaciones en las que hablaba de los muchachos se asomaba el repudio, se quejaba de nuestra falta de interés, de nuestra ignorancia, de la rebeldía, de nuestra pereza y de nuestros pésimos gustos en cine y literatura. Varias personas lo secundaban. Al parecer a este señor, no mayor de cincuenta años, que bien podría ser papá de cualquier joven universitario, se le ol- vidó que su generación ha sido la responsable de educar a la juventud de hoy, han sido ellos los responsables de nuestros valores y actitudes frente a la vida. Pero se lavó las manos y así lo hicieron quienes apoyaban su postura. Fue entonces que comprendí la frase del Tri. Afortunadamente pude platicar con un don mayor de sesenta años que estaba muy consciente de que toda la culpa no es nuestra. Esto me lleva al tema de educación. Todo el mundo exige una educación de calidad y culpa a quienes están en el poder de la ignorancia en la que México vive, pero nadie hace nada por mejorar, ni los de arriba ni los de abajo, es muy poca la gente que realmente se echa un clavado a la selva del campo educativo, el cual va más allá de un aula. Todos desean que sus hijos aprendan, pero se denigra al papel del profesor. Estoy casi segura de que a todos los que deseamos de- dicarnos a la docencia o a quienes decidimos ser profesores se nos dijo en el algún punto que era un desperdicio de nues- tra inteligencia, que moriríamos de hambre y que cualquiera puede pararse frente a un grupo a dar una clase. Al parecer la gente cree que los docentes son superfluos, pero se les culpa a ellos de las desgracias del estudiantado. Por otra parte, muchos mexicanos adoran vivir en la igno- rancia por el simple hecho de que es una excelente armadu- ra contra la infelicidad. Entre más ignora uno, más feliz es. Y a pesar del tremendo amor a la ignorancia la gente culpa a los de arriba que, si bien tienen una gran responsabilidad en este tema, ya que no han hecho cumplir al cien por ciento el artículo tercero constitucional, no son totalmente culpables de nuestra desgracia. He conocido a muchísimas personas que ignoran por mero gusto, porque es más fácil y porque da mucha flojera aprender. Pero, eso sí, quien los engaña tiene la culpa de sus males. Jamás somos nosotros los causantes de las desdichas que ocurren y digo nosotros porque también ignoro muchas cosas. Hay muchas situaciones en las que los mexicanos sacamos a relucir nuestra doble moral, somos incongruentes la mayor parte del tiempo, nos corrompemos de manera muy sencilla y quien diga que no es incongruente, está mintiendo, tendríamos que ser como Sócrates para no abandonar nuestros valores. La doble moral del mexicano Por Mary Tere Salvador Reyes | Estudiante de Procesos Educativos Opinión

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