Contratiempo

8 9 Académicos P orque somos mucho más que un cuerpo, la Clínica Ángeles Trastornos de la Conducta Alimentaria Puebla del Hospital Ángeles, Spassion y Avance y crecimiento, lanzan esta campaña cuyo objetivo es lograr que se vuelva a valorar lo que en realidad importa en el ser humano: su esencia, mente y alma, y se deje de lado la presión que la sociedad ejerce sobre el "cuerpo ideal". En los últimos 20 años, el aumento de trastornos de la conducta alimentaria ha sido del 300% y cada año se documentan 20 mil casos nuevos. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT), realizada por la Secretaría de Salud, reveló que el 25% de las mujeres entre 15 y 18 años han realizado ayunos de 12 horas por miedo a subir de peso (Notimex, 2017). La campaña “Yo soy más que un cuerpo” busca causar un impacto y hacer conciencia de la importancia que como sociedad le damos al cuerpo y olvidamos lo importante del ser humano. Yo soy mas que un cuerpo Por Andrea Cacho Campillo| Estudiante de nutrición Arte y Cultura ¡Madre, diles que no me maten! Por Alejandra Barroso Jiménez E ntre el 1 de febrero y el 24 de marzo de este año, se pre- sentó en la Galería de Arte Pedro Arrupe S.J. de la Univer- sidad Iberoamericana Puebla, la exposición Huellas de la memoria, la cual es un proyecto artístico colectivo e itinerante que lleva las huellas de los zapatos de las y los zapatos de per- sonas desaparecidas a lo largo de todo el país y en el exterior. Con motivo a ese proyecto, se nos encargó a los alumnos de la materia de guionismo, impartida por el maestro Eduardo Sabugal, que eligiéramos unos zapatos y contáramos una his- toria haciendo memoria a esas personas que siguen desapare- cidas. Aquí el resultado: Aún recuerdo aquel 26 de septiembre de 2014, en donde todo parecía que iba bien, hasta que me separaron de ti. Ni siquiera sé en qué momento pasó. Me duele tanto estar lejos de ti, de la casa, de mi padre y de mi hermano. Pero, no pierdo la fe de que, en algún momento, regresaré a pisar mi casa allá en Iguala. Volveré a oler el café que hacías los domingos por las mañanas, a sentir mi almohada, a estudiar, a vivir y sonreír, a disfrutar de los atardeceres… pero, hasta ahora, no encuentro la forma de escapar de este hoyo negro en que nos tiene aquí atrapados. ¡Madre, diles que no me maten! Es muy injusta la manera en la que, a 42 compañeros y a mí, nos privaron de la libertad, de gozar de los momentos más bellos con nuestras familias. No puedo creer cómo este mundo te protege un día, y al otro, te encarcela en su injusticia. Me arrepiento de todas esas veces en las que no recé, en las que juzgué a Dios y no me encomendé a él. Porque quizá si lo hubiera hecho, así como tú me decías, hoy no estaría aquí. Estoy encerrado, soy un pobre estudiante que se está muriendo de hambre, que está cansado de buscarle el sentido a una vida que ni siquiera es vida. ¡Madre, diles que no me maten! Soy Miguel Ángel Mendoza Zacarías, desaparecí de mi casa hace 4 años sin saber que iba a desaparecer, como nin- gún mortal lo habría sabido, sólo pasó y desde entonces, mi familia me busca. Mi madre, Margarita Zacarías, ha caminado por toda la República Mexicana, día y noche para poder en- contrarme vivo. Y yo, yo tengo la esperanza de que lo haga. De que venga aquí junto con mi padre y mi hermano que tanto extraño. Que nos reunamos y todo vuelva a ser como antes. No pierdo la esperanza de que así será, pero mientras pasa eso, trato de sobrevivir en este pequeño cuarto en el que, si acaso tengo un balde donde me sirven agua, como si fuera un perro. No como, ni mucho menos tengo el privilegio de salir a disfrutar como cualquier joven de mi edad, estoy atado y con un vendaje en los ojos. El día que llegué a este lugar, fue el más triste de mi vida. Todo ensangrentado bajé de una camioneta, en la que, por cierto, nos traían en la batea amarrados como cerdos que van al rastro. En cuanto pude ver, me di cuenta que había un mon- tón de compañeros junto a mí, unos vivos y otros muertos. Me dijeron que caminara y no hablara, me llevaron al cuarto en el que estoy encerrado desde aquel momento. Ahora, después de tanto tiempo, ya no siento nada, todo mi cuerpo y alma están cansados de ser una parte más de la decoración de este lugar. Jamás me sacan, ni siquiera sé si siguen estando los demás jóvenes con los que me dejaron. Quizá los fueron sacando del cuarto, quizá yo esté solo en esta casa. Lo que sí sé, es que siempre tengo agua, porque siento una humedad que recorre todo mi cuerpo, que lo aliviana y lo refresca un poco. Pero puedo sentirme en los huesos, me estoy muriendo de hambre. Me encuentro en posición fetal, mis costillas cada día se hunden más y más, creo que un día de estos desapareceré, pero no quiero defraudar a mi familia porque en cuanto me encuentren, sufrirán por mí y me pedirán que hubiera resisti- do un poco más. Entonces, soy y seré fuerte hasta el maldito día que me saquen de acá. Por lo mientras lo único que puedo hacer, es escuchar la nada, algo que me aterra mucho, me desespera y hasta en cierto punto, me hace dudar de mi exis- tencia en la tierra. Los seres humanos no pueden escuchar la nada, pero yo sí. Lo que siento ya no lo puedo describir, estoy cansado, pero no me muero. Aún recuerdo los días, como a eso de las 8 de la noche cuando llegaba de la escuela, estaba cansado, pero ese cansancio no se compara con mi cansancio actual, me duele estar y no estar con lo que me hace ser. Otro recuerdo que tengo es ese día en el que escuché ba- lazos, supuse que todos venían armados. Ese fue el último día que pude oír algo, porque desde entonces, no tengo una oreja y la otra ha perdido el sentido, ya que me encuentro apoyado sobre ella desde hace muchos años. Estoy viviendo, pero en un sueño profundo que nunca me quiso regresar a la realidad, porque estoy muerto. ¡Madre, diles que no me maten! eso fue lo último que grité antes de que me apuñalaran miles de ve- ces sobre mi espalda hace no sé cuánto tiempo... Estos relatos no son más que historias que están ence- rradas conmigo, y ni siquiera en una tumba, porque no tengo. Me estoy descomponiendo al igual que mis compañeros. Lo único que espero es que mis padres y mi hermano puedan perdonarme por ser tan injusto y no dejarlos verme una vez más. Porque desde que desaparecí, no volvieron a ver mi ros- tro, no pudieron darme un último abrazo, un último beso. Sigo sin conocer en donde me encuentro, no puedo ver, escuchar, ni sentir nada, pero sí sé que estoy muerto. Cada vez se objetifica más al cuerpo femenino, principalmente, y estamos transformándonos en una sociedad que sólo ve a las personas por lo que aparentan, llenando de estereotipos, traumas, inseguridades y trastornos a la juventud y niñez, además, la sociedad está provocando conductas de riesgo de Trastornos Alimentarios sin saberlo y los números de casos cada día son más alarmantes. Por esto, queremos transmitir y hacer conciencia que este tipo de conductas pueden llevar a un trastorno que en muchas ocasiones se vuelve crónico o incluso lleva a la muerte. Forma parte del movimiento “Yo soy más que un cuerpo” uniéndote a nuestras redes sociales: Yo soy más que un cuerpo en Facebook, ve nuestro video en el canal de Youtube yosoymásqueuncuerpo, síguenos en Instagram como @yosoymasqueuncuerpo y busca nuestro hashtag #YoSoyMasQueUnCuerpo, acompáñanos en ésta revolución.

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3