Contratiempo

8 9 Arte y Cultura C onocí a Mario cuando vivía en la Roma. Él rentaba un depa en el mismo edificio que yo, pero más pequeño. Me cayó bien la primera vez que platiqué con él. Era una tarde de septiembre cuando los dos salimos casi al mismo tiempo de la casa. El sábado había sido mi cumpleaños por lo que mis ami- gos me habían festejado hasta la madrugada. Había dormido tarde y no me hubiese levantado si no fuera por la terrible resa- ca y un hambre bárbara que me dio. Nos quedamos mirando un segundo, luego él se me acercó: — ¡Hola! Soy Mario Armando Lizárraga Preciado, de Sinaloa. Cuando oí Sinaloa me quedé petrificada. Era el mismo año que Joaquín Guzmán Loera se fugó por primera vez. Me hice mil películas en la cabeza: “seguro que es un sicario o un narcotrafi- cante haciendo negocios en esta ciudad”. Estaba nerviosa; qui- se evadirlo, pero al fin controlé mi angustia y pude responderle — Yo soy Margarita — y caminé hacia la calle Monterrey. Él me siguió y no tuve otra alternativa que conversar con él. Era curio- so oír ese acento norteño del mushasho, es muy pegajoso. Por cierto, hablaba a gritos, con voz fuerte que parecía que estabas a 10 metros de él. Después de caminar unos minutos decidimos ir a comer a La Condesa y luego por unas cheves. La pasamos chilo, platicamos un montón de cosas y a la media noche termi- namos en la cama. Al principio fue un encuentro casual, pero me divertí tanto con él la primera vez que decidí pasar otros fines de semana a su lado. Fue algo raro. Para mí debía vestir jeans ajustados, camisas de manga larga a cuadros, botas picudas y sombrero. Y no. Vestía como un chilango normal y tenía buenos gustos mu- sicales; era más fan de Joaquín Sabina que yo. Con él puedo pasar horas y horas hablando de literatura: Dostoyievski, Tols- toi, Mastretta. En fin, compaginamos en muchas cosas que des- pués de unos meses de salir nos hicimos novios formalmente. Mis amigos estaban sorprendidos, mis padres no acepta- ron totalmente nuestra relación, pero tampoco la impidieron. Mi mamá pegó el grito en el cielo cuando lo supo. — No sabes mucho de él, puede ser un traficante de drogas manejando sus negocios por aquí. Otras personas cercanas me sugirieron terminarlo porque yo corría el riesgo de caer en malos pasos. Aunque no quería, me afectaban las críticas. Casi todos los días pensaba que podrían venir por él sus rivales. Vivía estresa- El peor susto de mi vida Por Rayo Cruz da con eso, pero tampoco me atrevía a hablarle de esas cosas. En realidad no tenía indicios de andar por el camino equivocado, pero era imposible sacarme de la cabeza que probablemente me había enamorado de un criminal. Cuando cumplimos un año de noviazgo decidimos vivir jun- tos así que nos mudamos al Pedregal. Rentamos una casa pe- queña, sin muebles y sin jardín. Él quería que compráramos la propiedad y fue por eso que volvió la paranoia a darme vueltas en la cabeza. Un día se fue temprano; se levantó un poquito antes del amanecer y salió sin decirme a dónde iba. Yo me levanté tarde; me metí a bañar, luego me puse a preparar mi desayuno sin poner atención a su ausencia. En eso estaba cuando de pronto se oyó una voz de trueno en el pasillo: — ¡Mario Armando Lizárraga Preciado! — gritó un hombre cerca de la puerta. Afuera se oía el motor de un carro encendido, — ¡Mario Armando Lizárraga Preciado! — volvió a decir con una voz que rebumbaba en las paredes. Sentí que la respiración se me cortaba. Empecé a temblar de pies a cabeza. Me quedé inmóvil por un segundo mientras pensaba: “¡Dios mío, ya lo encontraron! Era cierto, debí escu- char a mis amigos”. Era casi medio día, pero Mario no se apare- cía en la casa. “¡Me van a matar, me van a matar!” me decía a mí misma en mi interior. — ¡Mario Armando Lizárraga Preciado! — dijo de nuevo aquel hombre desde afuera. Alcancé a oír más pasos y voces acercán- dose a la puerta; “seguro es todo un ejército el que viene por él”. Respiré profundo para despejarme la mente, luego pensé hacer frente a los visitantes, decirles simplemente que Mario ya no estaba conmigo y yo no sabía dónde diablos se había metido. Me serené, caminé despacio y abrí la puerta con mano trémula. — ¡Buenos días, señorita! Hemos venido a entregar los mue- bles que adquirió el señor Mario Armando Lizárraga Preciado, él ordenó entregarlos en esta dirección. Primero me dieron ganas de reírme de mi propio espanto; pero me contuve y atendí, nerviosa, a los señores. Lo que pasó fue que Mario quería darme una sorpresa para festejar nuestro primer mes viviendo juntos, y resultó que yo con mi sugestión me había llevado el peor susto de mi vida. Arte y Cultura La danza de la tinta no se piensa nada que razone nada que quede en un sentimiento no es “pensé”, sino “sentí” es dejar que el cuerpo se deshaga bajo la lluvia y fluya en el cielo con hálitos de viento y suspiros de la tierra la electricidad en los dedos al tocar una sinfonía o una sonata es el corazón bombeante de amores juveniles promesas eternas para tontos soñadores es la caricia de la madre y la fuerza del padre son las frustraciones sin voz los romances no correspondidos es mi solipsismo y es mi nada es ser Yo Sobre papel Por Pedro Rivera Martínez Estudiante de Psicología Por Pedro Rivera Martínez Estudiante de Psicología El primer reflejo de mis mañanas la primera luz contra mis retinas tu respiración suave y pacífica expira vida por el comunicador el aroma de tu tacto virtual en la trivialidad del inicio de un nuevo día pero ni así puedo abrazarte camino este suelo maldito, tan lejano y foráneo de otro ciclo cuando la estrella quema el espíritu, acaricias la mente y el cuerpo con frases de eternas promesas risas y gestos de sabor vainilla a través de una pantalla de sueños dejamos huellas en salones escolares y bulevares familiares pero ni así puedo besarte arranco el papel del calendario y consigo otra experiencia perdida con ágiles palabras alivias la realidad para cenar tranquilos el grano de tierras distintas con las manos del alma entrelazadas, suspiramos agotados el morir de otra oportunidad y en el océano de nuestras ambiciones y miedos navegamos a aguas más oscuras solo así puedo sentirte Un millón de kilómetros

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