Contratiempo

4 5 En la Ibero En la Ibero No perder las esperanzas Por Macarena Cifuentes Tapia | Estudiante de la Universidad Alberto Hurtado de Chile Realizó su Servicio Social en Oaxaca N adie podría haberme advertido lo que significaría dejar una vida universitaria convencional, para embarcarse en un avión hasta el lejano país de México y realizar mi prác- tica profesional en el contexto de un Servicio Social. Nadie po- dría haber previsto los cambios que esta experiencia generarían en mi vida, tanto profesional como personal, en el fortalecimien- to de muchas convicciones y en el rechazo aún más fehaciente hacia las injusticias y la violación de derechos humanos, ciuda- danos y comunitarios. Mi paso por la organización EDUCA A.C., ubicada en la ciu- dad de Oaxaca de Juárez, se ha transformado en uno de los puntos de inflexión en mi vida, pasando a ser un hito que marca un antes y un después acerca de cómo concibo mi proyección profesional y lo que quiero hacer una vez que me titule. La asociación civil Servicios para una Educación Alternativa EDUCA, es una organización que tiene por objetivo defender y promover los derechos humanos y ciudadanos de los pueblos, pero que en los últimos años ha enfocado sus esfuerzos en el trabajo territorial con comunidades que sufren situaciones de despojo de sus territorios, especialmente ante proyectos extrac- tivos y energéticos. No es casualidad que estos proyectos quieran instalarse en territorio zapoteco, mixe, mixteco, chontal, e ikoot; por lo que el trabajo directo es con personas de estas comunidades, asesorando y acompañando procesos organizativos de base y resistencia; procesos que a la vez están atravesados por cos- tumbres, formas de autonomía, proce- sos de comunalidad, y un fuerte sentido identitario. Es en este contexto que me inserto en un trabajo totalmente enraizado en la realidad de los pueblos oprimidos de Mé- xico, por lo que el componente número uno que caracteriza a cada integrante de Educa, es la vocación, el convencimiento por las causas justas y la convicción por construir una sociedad que respete las diferencias. Fue el contacto cotidiano con per- sonas totalmente comprometidas con la realidad social, con la lucha contra las injusticias y la defensa de los territorios, lo que me permitió visualizar y a la vez cuestionar la propia labor antropológica, cómo es que realmente desde mi carre- ra puedo aportar de manera concreta a la sociedad. Al mismo tiempo, el ver en primera persona las formas de organización comunitaria, el convenci- miento de quienes se ven vulnerados por instituciones del Es- tado y entidades privadas, y la fortaleza y perseverancia de pue- blos que no bajan los brazos ante ninguna amenaza, me generó un profundo tambaleo de las categorías que muchas veces se nos imponen sobre cómo debemos ver a las comunidades y a los pueblos indígenas. Además, fue ver que los pueblos siguen más vivos que nunca, que a pesar de todos los intentos de em- presas y gobiernos, no dejarán nunca de luchar por lo que les pertenece; territorios que son los cimientos de la vida social de los pueblos y que a la vez afirman creencias, solidaridades, iden- tidades y formas de sustento cotidiano. Al ver de cerca la realidad de los pueblos, renació en mí el orgullo de tener una gran parte de sangre mapuche en mis ve- nas, conectando las grandes luchas que emprenden los pueblos indígenas del mundo para torcer la mano de quien intenta impo- nerse desde la trinchera de la violencia, desalojando a aquellos que no desean vivir acorde a las formas impuestas por el capi- talismo individualista; sino que buscan las formas de fortalecer la vida comunitaria y las bases de la solidaridad comunal, en perfecta relación con su historia, sus costumbres, su territorio y los vínculos que generan en él. Con respecto a lo que esta experiencia significó para mi vida diaria, es que me di cuenta cómo al sumergirnos en nuestra co- tidianidad y en nuestros problemas personales, es que muchas veces nosotros mismos contribuimos a la invisibilización de todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero que al estar tan inmer- sos en la vorágine urbana, capitalista y neoliberal, es que no reflexionamos acerca de nuestro rol en los procesos de cambio social. No nos cuestionamos como ciudadanos ni como estu- diantes, no ponemos en tela de juicio nuestros comportamien- tos ni cómo pretendemos construir desde nuestros conocimien- tos académicos, nuevos mundos que integren a cada miembro de una sociedad tan plural como es México. nas zapotecas dentro de la región de la Sierra Sur en Oaxaca. Trabajando a la par con señores, mujeres, niños y jóvenes, y de cada grupo pude aprender más. De las comunidades aprendí que no es ne- cesario tener una formación o instrucción po- lítica para vivir de manera organizada. El sentido de pertenencia, la reciprocidad, la vecindad y el amor a la comunidad son cosas que no se aprenden en la uni- versidad, se aprenden en la práctica cotidiana de vivir con el otro, de rega- larle unas verduras cuando le faltan, o ayudarle a sembrar cuando necesita manos extra. Una de las claves está en el conversar los problemas y tomar decisiones en conjunto y en cosas tan simples como saludarse. De las mujeres aprendí que no es su- ficiente con ser amas de casa y mamás, que también trabajan la tierra y el campo a la par de sus esposos, que no se cansan. Que aunque aún no puedan formar parte de algunos cargos políticos o participar en las asambleas, si realizan otro tipo de servicios, en los cuales dejan ver que aún sin estudios, tienen todas las herramientas para asumir tareas importantes para la comunidad, trabajando en escuelas y centros de salud. De los niños y jóvenes aprendí que siempre existen otras formas de ver la vida, que aun- que no son tomados en cuenta en muchos momentos, tienen muchas cosas que de- cir, tienen ideas, sueños y críticas que pueden contribuir a construir pueblos más democráticos y justos. Si bien hay mucho con lo que po- demos aportar con nuestro trabajo en organizaciones así, es mucho más lo que esta experiencia te aporta a ti mis- mo. Si me preguntan si recomiendo el servicio social de inserción, respondería con un rotundo sí. Sobre todo a aquellas personas que no han tenido la posibilidad de conocer otras realidades tan distintas a la propia. Esta experiencia no sólo te hace crecer como profesional, sino como persona. Te inyecta esas ganas de seguir trabajando para cambiar el mundo en la bús- queda de una transformación social. Por otra parte, esta experiencia fue un golpe de realidad que remece hasta la fibra más profunda del espíritu humano. Fue dejar de lado la seguridad de un ambiente universitario to- talmente estable e inamovible, donde al estar encerrados en salas de cuatro paredes es muy difícil comprender realmente cómo es la cotidianidad de personas que viven fuera del mundo urbano tan ensalzado por la sociedad occidental. Esta situación me abrió los ojos en cuanto a la gravedad de los acontecimientos sobre el desprecio que tienen las auto- ridades hacia las comunidades indígenas y el nulo respeto que profesan hacia sus costumbres y formas de autonomía, por lo que no les importa pasar por alto todos sus derechos e imponer proyectos que atentan directamente con las formas de vida de los diferentes pueblos de México. Todos estos aprendizajes me llegaron de manera paulatina al trabajar diariamente en Educa, donde lo profesional y teórico pasa a segundo plano en comparación a todo el enriquecimien- to personal que se obtiene, tanto de las comunidades con las que trabajan, como del mismo grupo humano que compone a la organización. Es mucho más que poner en práctica lo aprendido durante cuatro años en la universidad, sino que es cuestionar profundamente cómo quiero utilizar mi vida y mi profesión para el bienestar de la sociedad. Siento que de vuelta a mi país ya nada será igual; no po- dré ver la realidad de la misma manera que lo hacía antes y no podré quedarme de brazos cruzados nunca más. Es una to- tal inyección de energía y conciencia sobre lo que sucede en el mundo, la relación con nuestros territorios y el respeto por cada pueblo y cultura. No me queda más que agradecerle a cada persona con la que compartí estos meses y a cada integrante de Educa por mostrarme que aún quedan personas que luchan por un futuro más justo y libre para todos, y por no permitirme perder las espe- ranza en la humanidad y de que sí se pueden cambiar las cosas. Fotos por: Servicio social

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