Contratiempo

17 Arte y Cultura Por: Sara Paola Mateos Gutiérrez Estudiante de Literatura y Filosofía Entelequia El único día que lo soñé, lo soñé vivo. Me dijeron: regresó de la hondura donde duermen raíces, de la sequedad del aire enmaderado, de la nada, como en esas historias fantásticas de morti-vivos. Pero me rehusaba a verlo, no dominar la inquietud por el esmalte de la orla de su piel, no reconocer la cascada nublosa de su ojo izquierdo, su paciencia infinita y su sonrisa afable. Temí ver huesos huesos moviéndose lentamente, tanteando con las manos entre la oscuridad del día de los vivos. Hallar una ausencia en su cráneo y no más historia, ni tangos, ni filosofía. A lo mejor me negaba a verlo porque sabía que era un sueño y en cuanto tomara su mano surcada por el alto relieve de las vetas, acariciándoselas como cuando le mentía (nos mentía) diciéndole que una vez sano lo llevaría a comer chocolates en secreto, en azucarado secreto, me iba a despertar (como en efecto ocurrió). O quizá temía el zumbido de una queja, porque ya no le leo en voz alta, porque no le llevo flores con frecuencia ni he escrito su epitafio o sus memorias recogidas con insistencia y aliento. Me reprocharía mis reproches de las noches soñolientas que terminan siendo insomnes. De por qué me dejó un poco más arcana y yerma y descarnada y huérfana del faro de Alejandría. Es cierto, no rezo a los cielos por su alma, no lloro todos los días ni enflaquezco o estoy tendida, pero mis personajes hurtan nenúfares de su estanque, el hijo que nunca tendré (aunque si lo tuviera daría igual) se llamará como él, su retrato es el que habita mi cabecera, sus palabras gotas de miel viscosa adheridas a mi vaso, su humor juez innegable de tensiones, su espectro el céfiro circundante en mi desorden laberíntico y le usurpé tantas cosas y me contó tantos secretos que a veces soy un lunar, una arruga, un eco, un crucigrama suyo. Eternidad brumosa (de qué otra forma podría ser) incrustada en mi broche.

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