Contratiempo
8 9 Servicio social en Chiapas: un remolino de emociones y experiencias T ras haber finalizado una de las etapas más maravillo- sas que me ha tocado vivir a lo largo de mi corta vida, hoy me detengo por un momento a traspasar a este papel parte de mi experiencia, no con el fin de desahogar- me, para eso tuve amigas, amigos, a un profesor de campo increíble y compañeras y compañeros que me escucharon durante el trascurso, pero por sobre todo, también tuve mi tan apreciado cuaderno de campo, el cual guarda consigo los altos, bajos y medios de mi proceso. Conforme con ello, lo que busco con este escrito es que aquellos que no han tenido la oportunidad de realizar su servi- cio social se animen o terminen por animarse a llevarlo a cabo, como también, por el lado contrario, para aquellos que ya lo realizaron, traigan al presente los recuerdos de su experiencia. Para que estas palabras cobren sentido, me corresponde realizar una breve contextualización. Soy chilena, estudiante de Antropología Social de la Universidad Alberto Hurtado S.J y me vine de intercambio a México a la Universidad Ibe- roamericana Puebla para realizar mi práctica profesional. Se preguntarán qué tiene que ver mi práctica con el ser- vicio social, pues les respondo que fueron procesos que estu- vieron absolutamente conectados. Se me presentó la oportu- nidad de realizar mi práctica en Chiapas en una organización llamada Red de intercambio comercial alternativo de muje- res del Abya Yala (RICAA) en la cual requerían voluntarios para apoyar en diversas áreas. Por tanto, al igual que otra compañera (y amiga) de la Ibero, también me sumé al desa- fío de participar de los talleres que la organización proponía impartir en diversas comunidades de los altos de Chiapas. De este modo, la práctica y el servicio social se hicie- ron uno solo. Mi compromiso no se limitó ni a lo uno ni a lo otro, sino que fue más allá, fue un compromiso absoluto con las realidades que se me estaban presentando, fue una con- gruencia entre mi interés por aportar a la transformación de la sociedad y lo que se me estaba encomendando. Este compromiso que les estoy señalando tuvo consigo una serie de emociones que estuvieron revoloteando en mí. Desde el comienzo este proceso se me estaba presentando como un gran reto, claro está que la otra en esta sociedad soy yo y, por tanto, no puedo negar que efectivamente debí cruzar ciertas barreras culturales- aunque con gusto puedo decir que con el pasar del tiempo las líneas que entre dibuja- ban las diferencias entre una cultura y otra se fueron difumi- nando- para poder empaparme por completo de los saberes que se estaban manifestando ante mí. En este sentido, las emociones oscilaban constantemen- te entre la intriga y la ansiedad -de la buena-, mi cabeza estaba constantemente generando preguntas, reflexiones, alucinaciones, visiones, y cuanta situación terminada en “es” que ustedes puedan imaginar. Todo se me estaba revelando como un mundo nuevo, donde ser una actriz pasiva no era la opción, sino que, debí de hacer uso de cada una de las herra- mientas que durante mi vida fui adquiriendo, ya sea, desde el ámbito familiar, desde mis amistades, como también, desde mi formación de antropóloga. El uso de estas herramientas, tal vez, se me exhiben como el hito más importante, ya que, el servicio social se trata final- mente de eso, de entregarse al 100%. Es una de las oportuni- dades para enfrentarse a la realidad, para perderle el miedo, y por sobre todo, para perder el miedo a una/o mismo. En esta etapa se encuentra abierta la posibilidad a que se despliegue lo mejor de cada una/o, a que una pueda mos- trarse como tal: esta soy yo y esto es lo que puedo ofrecer, y mejor aún, esta soy soy y estoy dispuesta a entregar hasta lo que no imagino que poseo. Si aún no lo he aprendido, ahora lo haré. Hay que estar atentos a cómo se entretejen los remoli- nos. En mi caso soy sincera, aún no se bien en qué parte de mí o cómo se manifiestan mis cambios, empero, de lo que no tengo duda alguna es que hay un antes y un después de mi participación del servicio social. El que muchas veces se repi- ta “que esa sonrisa no se acabe nunca” me llena de regocijo, ya que me incita a darme cuenta de que una buena disposi- ción puede generar transformaciones inimaginables tanto en donde uno enfatiza el trabajo como en una/o mismo. Entonces, si se trata de narrar a modo sintético en qué consiste el servicio social, para mí, es el flujo de aprendizajes, tanto culturales como emocionales, ya que son dos variables que estuvieron permanentemente presentes y totalmente interconectadas. Pareciera que hablara de algo sencillo, pero de antemano y con mucha firmeza puedo asegurar que no lo es, es por ello que soy reiterativa al hacer la invitación a atreverse, porque sólo bajo la condición de salida del confort uno puede descu- brirse como tal y, por consiguiente, aportar a la construcción de un mundo mejor. Y en este sentido, participar del Servicio Social de Inser- ción en Chiapas, uno de los estados de México más pobres y aislados política y socialmente, se traduce en apostar al cam- bio social, y no sólo desde el corazón sino también desde lo útil, desde nuestras herramientas y experiencias. Por: Betsabé Retamal Pulgar Estudiante de Antropología Social de la Universidad Alberto Hurtado S.J En la Ibero En la Ibero
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