Contratiempo

4 5 En la Ibero En la Ibero Desde el norte Por: Mariana Mastretta Estudiante de Comunicación E l norte de México parece muy distinto al sur, pero realmente es el mismo México. Un mismo país dividido en dos marcadas clases sociales, funcionando en torno al dine- ro y al poder. La asociación en la que hago mi ser- vicio social se encuentra en Baja Cali- fornia y se ocupa de la conservación de áreas naturales y muchas veces el tra- bajo se realiza a contracorriente de la mayoría de la población; parece que a la gente le cuesta mucho entender que si cuidamos la naturaleza ganamos to- dos, por ello gran parte de la chamba consiste en convencer a pescadores, eji- datarios y al mismo gobierno, además de mantener convencidos a los que ya aceptaron involucrarse. En semanas pasadas me tocó viajar grabando alrededor de cinco vídeos di- ferentes. Durante esta experiencia dos cosas llamaron mi atención: la riqueza de vegetación y fauna, y la apertura de la gente. El primer lugar al que llegué fue Ca- taviñá, un caserío al pie de la carretera peninsular (única carretera que conecta Tijuana con Los Cabos) que se encuen- tra dentro de un área natural protegida conocida como El Valle de los Cirios. Este lugar en medio del desierto, uno de los más biodiversos del mundo, no tiene mucha actividad y lo más novedo- so es que llegue alguien por más tiempo que un par de horas para comer. Estuve ahí dos días, y cuando me fui ya conocía a gran parte de los vecinos. La familia que me dio hospedaje tiene un restaurante a donde llegan a viajan- tes y algunos clientes frecuentes como Bryan, el policía de caminos que tan pronto me vio instalada comenzó a pla- ticarme y preguntarme sobre Puebla. Resulta que en cada pueblito hay siempre unos tacos llamados El Pobla- nito, entonces la mayor referencia de Puebla aquí son los tacos (que malas noticias para el gober, que quiere que Puebla se reconozca por su gobierno). ¿Qué son muy buenos los tacos en Puebla o por qué hay tantas taquerías El Poblanito?, me preguntó. Yo no me había dado cuenta pero sí, en Puebla sí hay tacos muy buenos y muy variados: tacos de canasta, tacos placeros, tacos árabes, tacos de Las Ahumaderas, La Suprema Salsa, Mega Taco, y un sinfín más. Me sorprendió mucho que todos me preguntaban todo sobre mí: de dónde soy, qué hago aquí, cuánto tiempo voy a estar o a qué me dedico. Al principio contestaba con cautela pues siempre he sabido que no es bueno dar toda tu información a extraños, pero después entendí que, especialmente en Catavi- ñá, la gente aprovecha cualquier visita para platicar. En general la gente es más abierta que en Puebla, o más bien en Puebla, la gente es muy cerrada. Entonces ya no me saco tanto de onda cuando una persona que recién conoz- co me pregunta de todo. Después de Cataviñá, fui a San Igna- cio, que es un oasis en el desierto -lite- ralmente- entonces hay humedad, pal- meras y gente más floja. San Ignacio es un pueblito más estructurado, cuenta con zócalo, iglesia y unas cuantas calle- citas alrededor. Cuando vi la iglesia me di cuenta de que no había visto ningu- na en todo el viaje, entonces me llamó la atención que la identidad de la gente no está tan enfocada en "monumentos históricos", entonces ¿dónde está su identidad? Aunque dormimos aquí, los dos días que estuvimos íbamos a la Laguna de San Ignacio, que es donde se ven las ballenas grises, justo en esta época. El primer día no salimos al mar, hicimos entrevistas con ejidatarios y turistas. Resulta que este año se cumplen 10 años de que el ejido Luis Echeverría Álvarez firmó un contrato de conser- vación de sus tierras y de aprovecha- miento sustentable, razón por la cual yo estaba grabando entrevistas. De cin- cuenta y tantos ejidatarios, solamente 26 firmaron la conservación de su par- cela y todos firmaron la conservación de las tierras de uso común. En las seis entrevistas que hi- cimos, solamente en una un ejidatario nos dijo que no estaba contento con el contrato, pues antes de la firma le iba mejor con su ganado (claro, desgastan- do el área terriblemente, pero eso es algo que todavía no percibe). Los tu- ristas -en su mayoría gringos- bajaban de las pangas llorando de emoción por haber conocido a las ballenas. La segunda semana estuve en Bahía de los Ángeles, donde la asociación tie- ne una casa-oficina pues es un punto muy importante de conservación, para grabar y asistir a una reunión del Con- sejo Asesor de la Reserva Bahía de lo Ángeles. Aquí conocí a un personaje excepcio- nal: El Rábano. Vive en Bahía, tiene 28 años, ha sido pescador, ha trabajado en la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) y ahora en Pro- natura. El Rábano aparenta más edad de la que tiene porque él mismo dice que "lo corrieron sin aceite, y a Christian (mi compañero con el que vengo desde Ense- nada) con mantequilla", o sea que la vida lo ha tratado muy mal, pero todo lo hace sonriendo, y a cada rato suelta carcajadas. Él dice que antes era más gruñón, pero desde que vive aquí se le quitó. También dice que antes, cuando era pescador, no le importaba la conserva- ción, pero que poco a poco se fue dando cuenta del daño que hacía con la depre- dación de mariscos. Ahora es un gran defensor de la conservación y va con- venciendo a todos los pescadores. Un lunes fui con él y Francisco, el panguero, al Archipiélago de San Lo- renzo para grabar. Nos encontramos en Zona Núcleo, un área que está bas- tante restringida para su recuperación, unas cosas que parecían abandonadas y me hicieron pensar en un náufrago. Inmediatamente me explicó lo que es- taba pasando: pescadores clandestinos de Sonora habían llegado la noche an- terior y se instalaban ahí por unos días para pescar todo lo que pudieran para vender a los chinos que lo compran todo. Un poquito adelante nos encontra- mos la panga con los pescadores, y les tomó foto para hacer una denuncia a la CONANP que quedó firmada y recibida ese mismo día. Todo lo hace eficiente- mente, El Rábano. En el recorrido también encontra- mos dos bidones de gasolina. Francisco y él me explicaron que esa es una ruta por donde pasan pangas llenas de ma- rihuana. Desde Nayarit van los pesca- dores hasta San Felipe (Baja California Norte), y "son pescadores como uno" dijo Francisco "que quieren ganarse una lanita más y se arriesgan", llevan hasta 5 toneladas de mota y viajan al- rededor de una semana. Dicen que hay veces que se quedan sin comida y an- dan mendigando con las otras pangas que se encuentran, y que viajan con las condiciones climáticas que sean (inclu- so si hay viento mejor pues no se escu- chan). Según Francisco, parece que la poli- cía los deja transitar porque hubo una vez que él iba en panga y vio que de un lado de la isla había una patrulla, y del otro una panga de esas, y fue a avisar- les que se fueran "porque son personas como uno, pues" y que estaban dur- miendo y ni se inmutaron cuando les avisó. La patrulla pasó de largo y "no vio nada, o no quiso ver". "Eso pasa con los gobiernos del PRI" me dijo. ¿Qué pasa con los del PAN? Al otro día en la mañana, El Rába- no me llevó a grabar el amanecer. En- tonces me platicó que para él la gente de Bahía es muy arisca, que le gustaba más la gente de El Barril (donde vivió muchos años), pero que por su esposa se quedó ahí. Le pregunté algo que me rondaba la cabeza desde hace un par de días: la gente del norte no parece tener la misma cercanía con la tierra como en el centro del país (o centro sur). Me contestó que efectivamente no, la gen- te no es muy cercana a la tierra y por eso es tan difícil hacerles entender a los pescadores o población en general que deben de cuidar su medio ambiente. Dice que se han copiado al estilo de los gringos y solamente quieren ganar más, pero no se dan cuenta de lo que él ya entendió: que si depredan en poco tiempo no les va a quedar nada. Aun- que esto parece reciente porque los pescadores viejos todavía saben leer las pistas de la naturaleza como los vien- tos, las mareas y todo lo que les sirve para pescar, pero los jóvenes ya sola- mente entran al internet y lo googlean. Por azares del destino fuimos al Ba- rril con algunos de la CONANP, entre ellos Jesús. Es el primer funcionario público admirable que conozco, mi pri- mera impresión sobre él fue la de un hombre comprometido con lo que hace (gestión de la conservación) y que lo disfruta. Lo confirmé cuando más tarde Christian y el rábano hablaban bien de él –todavía, después de un año de tra- bajo juntos-. El Barril es la comunidad con mayor miseria que he conocido en mi vida. La única manera de llegar en coche es por un camino de terracería de 200 kiló- metros; la otra manera de llegar es en panga desde Bahía de Los Ángeles por un tiempo de cuatro horas. No hay agua potable, no hay luz eléctrica, no hay drenaje, y las condiciones climáticas son extremas lo que no permite el culti- vo estable. La mayoría de los poblado- res son pescadores. Los que no lo son, trabajan en “La mancha”, la mansión de un gringo rico que llegó ahí hace 20 años y representa la fuente de ingresos más estable. Ésta comunidad entre el mar y el desierto se formó por la pesca tempo- ral, y hoy está buscando nuevas formas de vida, por eso está involucrándose la CONANP y Pronatura. Al final del día todos salieron contentos porque parece que se van a llevar a cabo proyectos de conservación valiosos. El más contento fue El Rábano por haber visitado a sus papás adoptivos. Se supone que Baja California es de los estados con mayor calidad de vida, según las estadísticas. Hasta este mo- mento, a mí me parece que la calidad de vida es la misma que en comunidades marginadas de otros estados, pero los indicadores engañan. Por ejemplo: la mayoría tiene coche pero no tiene agua; la mayoría se alimenta de carne o pes- cado (casi nadie come pollo), pero sus escuelas son muy precarias. El Rábano está estrenando una cámara réflex, pero cuando redacta un oficio hay que revisar las faltas de ortografía antes de enviarlo. Tramposos, los indicadores. Sigo descifrando la identidad de la gente de aquí, me intriga. No hay mu- chos católicos, no hay muchos conscien- tes de la importancia de la tierra, pero sí hay muchos que pasan su fin de semana en el otro lado. Parece que por ahí va la cosa. Lo que ya me quedó claro es que es el mismo México Fotografías por: Mariana Mastretta

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