Contratiempo

Opinión Esta también es tu realidad Por: Eliel Francisco Sánchez Acevedo Estudiante de Derecho ¿C ómo entender tanta saña, barbarie e inhumanidad? Yo no sé. Sólo sé que des- pués de la conferencia de prensa del pro- curador Murillo Karam sobre los hechos ocurridos en Iguala, éste, nuestro Méxi- co, no puede volver a ser el mismo. Hacer como que no pasó nada, continuar en el devenir de la cotidianidad como si Ayo- tzinapa no existiese sería un acto brutal e imperdonable. Hoy las voces de Tlatelol- co claman al cielo: el horror ha vuelto, la barbarie se ha repetido, ustedes, pueblo y gobierno, nos han olvidado, y cuarenta y seis años después ha sucedido lo que ju- ramos no permitir que sucediera jamás. Ayotzinapa es Tlatelolco, y por eso es el reflejo del país en el que vivimos. Esto que ha sucedido es sólo la efigie de deses- peranza y descorazonamiento que repre- senta toda la realidad que existe detrás y que hemos aprendido a ignorar. Todo lo que esta sociedad, con sus medios de comunicación, ha escondido en el traspatio de la memoria, todo lo que se nos ha hecho olvidar, todo aquello ante lo que volteamos la vista y confinamos al inconsciente, ha dado como resultado lo sucedido a los estudiantes de Ayotzinapa. No es posible seguir ignorando la realidad, viviendo aparte, al filo del caos, sin precipitarnos a él, equilibrando nues- tra vida al borde del abismo con bana- lidades alienantes que nos alejan cada vez más de la conciencia de la verdade- ra realidad, del México real, negándolo, fortaleciendo la burbuja individual que rechaza la horrible verdad que es y está a unos kilómetros de nosotros: les echaron diésel y les prendieron fuego. No existe otra realidad, no existe otro México. Angelópolis, Sonata, la Ibero no son ni por asomo otro país, no están ni lejos de los horrores que tapamos con su- perfluos artilugios consumistas. El cerco se cierra, nadie es inmune al fuego, por más comodidades y lujos que vista y con los que tape la humareda que desprende la inmensa columna de fuego del basu- rero sepultado en una barranca, hoy tan tristemente célebre. Esta es nuestra realidad, de ella so- mos partícipes y constructores, así como víctimas y productos; por ello, la realidad de Ayotzinapa no puede sernos ajena, pues es nuestra realidad. Es la realidad, primeramente, de los de abajo, es cierto, pero es cada vez más la realidad de todos los que habitamos este país. ¿Quién pue- de vanagloriarse de no estar a merced de lo peligroso que es el país hoy en día? La falacia de la estabilidad y del pro- greso, del “mover a México” se resque- braja rápidamente; la fachada pulcra que este país se afanó en ofrecer al mundo durante catorce años por fin cede, se des- cascara y muestra la podredumbre que cargamos desde hace más de ochenta años de partido monárquico y alternan- cia fallida. Por fin se ve lo que este gobier- no, y todos los gobiernos anteriores, son capaces de hacer; se ha desnudado por completo el aparato estatal ante los ojos del mundo y ante nuestros propios ojos. Hoy una llamarada proveniente de los cuerpos calcinados nos quema la venda de los ojos. Por fin podemos ver el “desierto de lo real”, por fin podemos ver el alcance de la perversidad estatal; podemos ver cómo fue Tlatelolco, cómo fue Acteal, cómo fue la Guardería ABC, cómo fue Tlatlaya, cómo fue la estrategia contra los grupos del 1DMx, cómo es el actuar del gobierno. El Estado, en esa conferencia de prensa, mostró su verdadero rostro: mostró que aquí, por ejercer el derecho a la protesta, los agentes del orden pueden secuestrarte, desparecerte o entregarte a los sicarios del crimen organizado. Mostró que el crimen organizado campa a sus anchas, que lo hace en con- tubernio con el gobierno, bajo su amparo y mostró, con arrogancia y prepotencia, como ha hecho siempre el partido de la revolución institucionalizada, que esto es lo que le pasa a quien osa desafiar los de- signios sistémicos de pobreza y silencio a los que estamos condenados. También fue una amenaza velada, porque todo el montaje de esa investiga- ción huele a una sola cosa: a impunidad. Las deficiencias en sus investigaciones no son tales, son veladas inconsistencias que nos advierten que a pesar de la pre- sión, si nos llegan a hacer lo mismo, ellos también harán lo mismo: harán como que investigan. Nos dejan advertir estas sutilezas porque en ellas está la amena- za verdadera: puedes hacer el ruido que quieras, cuando decida prenderte fuego, nadie va hacer justicia, por más que des- de el extranjero nos presionen y nos lla- men sanguinarios. La actitud y responsabilidad del Es- tado en Ayotzinapa es una amenaza a nuestra esperanza, es la muerte de nues- tro derecho a protestar, de nuestro dere- cho al disenso, de nuestro aliento demo- crático. Y por ello no podemos perdonar, y no podemos dejar de actuar, si no es ahora, no podremos revertir la situación a la que el actual gobierno nos ha conde- nado. Y por ello no podemos permitir que haya pluma que no escriba sobre los 43, que haya boca que no hable sobre Ayotzi- napa, que haya puño que no esté en alto exigiendo un alto a la injusticia, ni boca que no esté afónica de gritar ¡Fue el Es- tado! Finalmente, sólo quiero preguntarte, lector: ¿Qué harás ahora, cuando descu- bras que Ayotzinapa también es tu reali- dad? 18 Este es el México real, en el que nos echan diésel y nos prenden fuego

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3