Contratiempo

antes de empezar su “nueva vida”. La virgen de Arantxazú es la patrona del País Vasco y por la misma razón, se ase- gura que Iñigo le era fiel seguidor. No comprendiendo otro lenguaje más que el de la caballería, decidió que él quería vivir su vida tratando de seguir muy de cerca los pasos de Jesús y por eso muy a su entender, quiso ofrecer a la virgen de manera simbólica lo que representa- ba su vida pasada –de juegos, mujeres, asuntos de la corte y de caballeros- pos- trando sus armas frente a su altar, para dejarlos atrás y servir a Dios y a Jesús con su vida y sus acciones. La Basílica fue recientemente reno- vada y en ella se ve reflejado el trabajo conjunto de varios artistas contempo- ráneos vascos, entre ellos el famoso es- cultor Eduardo Chillida, cuyas obras se pueden encontrar en diferentes partes del mundo, como por ejemplo en San Sebastián-Donostia, en la misma Gui- púzcoa, en Nueva York y en Berlín. El estilo de la Basílica es muy sin- gular, pues no refleja las mismas aspi- raciones de riqueza y de grandeza que la gran mayoría de las iglesias medie- vales buscaban para impresionar a sus feligreses; a través de los altos vitrales color azul se ilumina el altar de arqui- tectura cilíndrica permitiendo que en el centro destaque la figura de la Virgen, la misma a la que el mismo San Ignacio de Loyola se postró. Para terminar el tour por Guipúz- coa, se sugiere continuar hacia Zuma- rraga, poblado situado entre Urretxu y Legazpi, donde en lo alto de una colina se encuentra “La Antigua”, nombre de una iglesia cuyos orígenes datan del si- glo XIII, cuando originalmente dicho lugar se usó como almacén de la casa de un noble rico y que con el paso del tiempo se transformó en iglesia. La peculiaridad de este recinto es que su techo tiene la forma de una bóveda de barco invertida y cada uno de los trave- saños está tallado a mano. Se asegura que en esta iglesia San Ignacio de Loyo- la pernoctó en su paso de Azcoitia hasta la basílica de la Virgen de Arantxazú. Si después de haber leído todo esto, querido lector, te sientes invitado a se- guir trazando una visita por la “Ruta Jesuita” para seguir el camino por don- de dio paso San Ignacio de Loyola, el si- guiente punto de visita sería Manresa, en Cataluña, lugar donde se encuentra la famosa cueva donde Iñigo pasó un buen tiempo meditando acerca del pro- pósito que Dios tiene para cada uno de nosotros a lo largo de nuestra vida. Fue ahí donde San Ignacio llevó a cabo el proceso de transformación que le condujo a escribir los Ejercicios Es- pirituales. Mi invitación queda abierta a la re- flexión de cómo un entorno puede mo- dificar la conducta y las opiniones de una persona. Es claro que Iñigo tuvo que pasar por un momento crítico en su vida, como lo fue el accidente que casi le costó la vida, para darse a la tarea de reflexionar acerca del significado de la existencia, pero en mi opinión no creo que sólo haya sido aquella bala de ca- ñón la responsable de que Iñigo cam- biara totalmente de pensamiento, sino que con mucha relevancia, el ambien- te natural del país Vasco seguramente también tuvo que haber influido en sus meditaciones, pues verdaderamente en esta región la grandeza de Dios y su sonrisa se ven reflejadas en los hermo- sos paisajes y en la actitud de los vas- cos, nobles de carácter y dispuestos a más amar y más servir. 16 17 Extramuros Opinión Fotos por: Ana Karla Albisua Bermúdez p Que no nos callen, Ayotzinapa Por: Eliel Francisco Sánchez Acevedo Estudiante de Derecho ¿Cuántos asesinatos más se nece- sitan para darnos cuenta de que estamos viviendo en la barbarie? Un hijo que podía representar la oportunidad de un trabajo, la oportuni- dad de salir de la pobreza, la oportunidad de un futuro que les ha sido negado sis- temáticamente desde hace 500 años. Un hijo que era crítico de su realidad, que no vivía negando la pobreza, la marginación o la represión, sino que luchaba contra ellas, en la calle y en el aula, cada día al amparo de consignas, Che, hoz y marti- llo. Y como él muchos, como él otros 43, no muertos pero desaparecidos, como él todos los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, una escuela de luchadores sociales, de jóvenes humildes que día a día se dedican a subvertir la realidad a la que el modo de producción hegemónico los ha condenado. La Normal Isidro Bur- gos ha sido cuna de rebeldía digna, como en su día el maestro Cabañas lo demos- trara, y por ello ha sido sometida, como hoy, al ataque frontal de la brutal fuerza del Estado. Vaya forma del príismo de recordar- nos que sí, que el 2 de octubre no se olvi- da, y que ellos, los gobernantes, son los que tienenmás fresca lamemoria respec- to de la matanza; de recordarnos que sí, que no olvidan, no olvidan la sangre fría, no olvidan las tácticas paramilitares, no olvidan como acallar nuestra voz. Nos exigen, si hay pobreza, silen- cio. Estamos repitiendo la historia. No bastó con revivir el cadáver del partido monárquico en las elecciones del 2012, ahora repetimos el terror, la guerra y la masacre como formas de “pacificación social”. Hoy más que nunca nuestro país se disocia entre el discurso y la realidad. Tenemos excelentes instituciones, con al- tísimos presupuestos, procesos judiciales para proteger los derechos humanos y hemos firmado tantos tratados que sería tedioso enumerar, por lo menos, los que a derechos fundamentales se refieren. Pero retrocedemos. Ese país, idílico, sólo existe en la televisión. La realidad es esta: “Los quemaron vivos. Pusieron todos los cuerpos en la fosa, les echaron diésel y les prendieron fuego”. Es una realidad que hemos aprendi- do a ignorar, que está por allí, escondida, sucediendo en otro lado, en otro México, uno bárbaro, uno que se parece a éste pero no es éste, en que viven otros que ni por asomo soy yo. Otros que no conozco, que no tengo porqué conocer, que no ne- cesito conocer. Vivimos en la creencia del statu quo, de estar al filo de la vorágine sin precipi- tarnos a ella. Aun cuando la tenaza len- tamente se cierra sobre nosotros, esca- pamos, al cielo, a las estrellas del canal televisivo omnipresente que nos dice que todo estará bien, que las fuerzas del orden ya están en Guerrero, que pronto aprehenderán a los responsables, que se aplicará todo el rigor de la ley, que el pre- sidente y el gobernador están muy cons- ternados, que nuestra sed de justicia será saciada. Y sin embargo, sutilmente, no nos di- cen nada. No nos dicen que la policía de Iguala, como seguramente mucha más policía en todo el país, funciona como brazo armado de un cártel del narcotrá- fico, no nos dicen que el alcalde tenía nexos importantes con ellos ni se hace énfasis si quiera en que se desconoce el nivel al que el gobierno ha sido infiltrado y tomado por el narcotráfico. No nos hablan de la vida de los estu- diantes, de sus penurias, de sus anhelos, de sus tristezas; la televisión repite: 43, 43, 43. Los convierte en cifras imperso- nales, en grises números que no tienen nombre ni rostro, para que nadie llore por ellos, para que no nos hiera profun- damente la desaparición de un uno, un tres o un diez. Los medios nos dicen que sí, algo malo ha pasado, algo que no pasa segui- do, pero que ya pasó, no vayamos a sen- sibilizarnos de más, no vayamos a sentir de más, no vayamos a exigir de más. El Estado nos apantalla con fuerzas federa- les llegando a Iguala, tomando el control, arrestando a poco más de dos docenas de policías, chivos expiatorios, pero ¿dónde están los que ordenaron la masacre?, si los responsables ya están tras las rejas, ¿dónde están los desaparecidos?, es que ahora ninguno sabe, ninguno de los res- ponsables lo es realmente o ¿no saben dónde están porque no quieren saber ni que se sepa? Estamos viviendo aquello que más nos indigna. Esto es otro Tlatelolco, es otra masacre que jamás se debe de olvi- dar. Pero, si es así, ¿dónde estamos to- dos? Podemos repetir hasta la saciedad que otro hubiera sido el desenlace del 2 de octubre del 68 si hubiera sido hoy, si hubiéramos estado nosotros, si hubiéra- mos tenido redes, si la sociedad se hubie- ra indignado en aquél momento lo sufi- ciente. Hoy está sucediendo. Es el 2014, ya no hay guerra fría, ya no hay “temor rojo”, ya no hay, oficialmente, guerra sucia, el señor-presidente ya no es, ofi- cialmente, omnipotente, nos dicen que ya hay democracia… Ayotzinapa rompe, dolorosamente y con sangre, todo este discurso. Esta respuesta, esta podredumbre institucional, nos demuestra que el PRI jamás podrá vivir en un ambiente demo- crático. Esto es lo que sucede cuando un partido totalitario toma el poder en un país débil, de instituciones y oposiciones de papel y con una población que, mu- chas veces y en su mayoría apuesta a la desmemoria. El partido sabe simular, y nosotros no siempre sabemos responder. Y, como sucede y ha sucedido en América Latina, volvemos al pasado, o mejor dicho, las pantallas de la moderni- dad se quiebran y por las grietas vemos el verdadero país, y descubrimos que en realidad no hemos regresado, sino que nunca nos hemos ido de allí, de los gobiernos totalitarios y bárbaros, re- presores con máscaras de democracia, alternancia y progreso. El poder puede cambiar de rostro, puede adornarse con tratados, puede crear todas las institu- ciones que quiera para que el “mundo civilizado” vea que es tan civilizado como ellos, pero las víctimas siguen siendo las mismas; los nadies de Galeano que valen

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