Contratiempo
18 19 Alevosía Arte y Cultura collarín en el cuello, los vendajes que lo atan a la cama en que se encuentra, le impiden incorporarse, decir algo audible. Tarso siente que está ante un momento crucial de su existencia, se percibe en un momento radical definitorio de vida o muerte e intuye que lo que está por venir no será nada fácil de superar, sin opción para evadir, ni lugar para titubeos. De pronto, siente que alguien le toma la única mano libre de yeso. Lentamente dirige su mirada para verificar. Descubre a alguien conocido, a su capellán el sacerdote Rolando Castaño Chávez, el mismo que llamó a la enfermera cuando Tarso apenas abría los ojos y quien pacientemente es testigo de su despertar. El padre Rolando aplicaba a Tarso los Santos Oleos justo cuando este despertó, pues con urgencia le habían mandado a traer y sin tardanza acudió al hospital donde Tarso se encontraba para cumplir y hacer lo propio de la fe católica con enfermos graves o próximos a morir: aplicar a Tarso la extrema unción de los enfermos. Tarso sin poder pronunciar palabra alguna y con mucha desesperación mira fijamente al padre Rolando. Con su mirada intenta decir, reflejar toda la angustia que siente al despertar y darse cuenta de su deplorable condición. El padre Rolando, con semblante sobrio corresponde: -Tranquilo, aquí sí estás seguro, lo importante es que despertaste, por alguna razón Dios aún te quiere con nosotros y también hay que aceptar sus designios. Mira, mejor vamos a orar en agradecimiento por este momento. Sin soltar la mano de Tarso, abriendo un librito, en voz alta el Padre Rolando comienza a leer de forma pausada un salmo: -Yahvé es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar. Me conduce a fuentes tranquilas allí reparo mis fuerzas. Me guía por cañadas seguras haciendo honor a su nombre. Aunque fuese por un valle tenebroso ningún mal temería, pues tú vienes conmigo, tu Báculo y tu callado me sosiegan… (S.23) Tarso al escuchar el salmo se tranquiliza, pues aún sin comprender que hace ahí, encuentra sosiego. Aunque su mente es un remolino de confusiones, inquietudes y preguntas sin respuesta. Tarso siente sueño y el salmo que el sacerdote lee, arrulla su mente. Ha sido demasiado para el recién despertar de su conciencia, se siente agotado y mejor quiere seguir durmiendo. Tarso no recuerda nada de lo que le pasó, no sabe cómo y porque despertó ahí. Tampoco sabe porque tiene todo su cuerpo invadido de sondas, amarras, electrodos, vendajes, yeso en brazo y soportes metálicos incrustados en su pierna. Pero no importa, sus sentidos le invitan y regodean de placer con el sueño providencial dadas sus circunstancias y aunque las respuestas apremian, sospecha que por ahora lo mejor para él, será dormir. Deja de inquietarse ante tanta interrogante sin respuesta, definitivamente y por ahora, lo mejor será seguir durmiendo. Ya en plena inmersión al mundo de los sueños y como última imagen de ese momento, en un parpadeo logra visualizar un letrero colgado del techo cerca de la entrada de la estancia donde se encuentra, semidormido, su memoria apenas logra registrar en sus sueños lo que el letrero dice: U. T. I. (Unidad de Terapia Intensiva). Romper, rasgar, reventar, casser el hilo negro; Zurcir después, el hilo de carne, de sangre; de amor. Efervescencia y danza allí, entre las costillas que se quiebran se quebrantan. Y las navajas; también cortan –los labios- mientras te vas con Ella/Él [Nosotros] los tirantes que caen y mis hombros reconocen: el humo negro que me exhala, vitupera en mi espalda el látigo de tu recuerdo. Suele pasar que en medio de la noche me recuerdo y se aclara mi conciencia, las lámparas molestan mi mirada y las penas en mi corazón navegan. Rumiando los sucesos cotidianos se me escapan largas, largas horas: las culpas mías o de los otros, los amargos yerros que nos marcan, los placeres que rehusamos culminar aves nocturnas son, de atroces ojos, arrancando jirones de mis penas. Tu ausencia: helada losa que me aplasta hasta que se disipa con la aurora ¡Ojalá fuera sólo una palabra en busca de su espíritu, una idea que alcanzada, se hundiera en la negrura! ¡No hay consuelo, y la noche es tan extensa! Insomnio Por: Ramón Meza Rosales Estudiante de la Maestría en Letras Iberoamericanas Arte y Cultura ando buscando un bosque detrás de este bosque que huela a tu voz. Orfandad Incertidumbre Por: Pablo Piceno Estudiante de Filosofía y Literatura Por: Paola Fernanda Ramírez Lobato Estudiante de Comunicación Despertó intranquilamente, la alarma de su celular programada 7:15 am no había hecho eco en la habitación ni en sus oídos, o, al menos, la ilusión de que eso había pasado mantenía tranquila su mente. Al despertar inmediatamente, ni siquiera tuvo que pensarlo dos veces, se dirigió al baño, pero se sorprendió por lo escurridizo de sus piernas: ¡No las sentía!, ¡no podía hacer nada! Solamente esperar el vertiginoso descenso de sus sábanas blancas al piso, que parecía no ser tan duro, no ser tan frío; solo un piso que contenía sus huellas inscrito en él cada paso que su ser había dirigido. La frustración la sobrecogía, la había tomado por sorpresa el que sus piernas rebeldes no respondieran de manera inmediata a su orden de dirigirse al baño. Pareciera que en ese momento su pisqué y su cuerpo se separaran ante una rebelión de sus sentidos. Desvanecida en el suelo se encontraba, sus cabellos se asemejaban a la madera clara de aquel piso que en ese instante se había convertido no sólo en el recuerdo de sus pasos, y el tiempo impregnado en él se había convertido en cómplice de su resonante queja y en el susurro de su aliento al pronunciar la pregunta que le atormentaba: ¿Qué ocurre? Durante su caída, estrechándose en lo infinito de sus líneas, tan infinitas que parecían las estrellas del cosmos dibujadas sobre sus pies, dibujadas sobre su ser tendido y preocupado por recuperar la cordura y poder llegar al baño. Se levantó con la premura de ya marcar el reloj 7:21 am ; la rodilla izquierda aún le temblaba, pero, poco a poco, paso a paso, recobró la fuerza para llegar al lavamanos, para despertar de aquello que parecía una pesadilla. Giró la manilla izquierda para ver el agua correr, sentir el agua fría y así arrojarla sobre su rostro inquieto y desconcertado por lo que había pasado. Volvió a la cama, encendió la TV, para que le hablara aunque no recibiera respuesta armoniosa o concisa de lo que se preguntaba; sólo la encendió para que con el ruido llenara el vacío. Descendió a la cocina, abrió a la gaveta donde el reparador y dueño de sus desvelos y su más grande compañero se encontraban; calentó el agua hasta hervir, tal y como a mamá le gusta su café por la mañana, cucharada y media de café sin descafeinar, dos de azúcar y un chorrito de leche. Esa fue la inesperada mañana, el inicio de su día, el inicio de uno de muchos primero de noviembre que le aguardaban, con un despertar diferente, o al menos eso esperaba. Por: Samantha Arredondo Estudiante de Psicología Ilustración: Maricarmen Selem
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