Contratiempo
14 15 Arte y Cultura Arte y Cultura Recuerdos Por: Bruno Tomás Atonal Hernández Estudiante de Economía y Finanzas Habían ya pasado cinco días desde la última vez que la vi, cinco días desde ese minúsculo momento en el que nada importaba en este mundo y nos dejamos llevar por una fervorosa verborrea que, habiendo sido interrumpida por la noche, dejó claro algo; ni el café ni los cigarrillos me detenían para pensar en un par de palabras que no bastaban para sacarme la idea de la cabeza, una idea que durante estos días me carcomió cada porción de conciencia y noción enmarañada en un deseo sencillo y elemental, algo que no podía guardarse y deseaba soltarlo en susurro en sus oídos: “Te extraño…” El tiempo en sí es un alivio, o un martirio dependiendo de qué haya de por medio, podría considerarme en un abismo sin luz y sombra tan confuso como la ceguera, no es en sí oscuridad, es la nada absoluta. Ya no era tiempo de dudar o titubear, ya no era momento de ocultar tanto con un orgullo tan inútil como desagradable, ya el propio tiempo me dio de sí un suspiro acuoso en esas brisas de verano que tanto añoro. Tiempo, tiempo, tiempo siempre es un problema… Los días pasaron y se volvieron cenizas blancas cuya imagen perdura como fotografía, luz blanca y clara que deseaba ver cada mañana; seguía pasando el tiempo y en cada encuentro siempre hallaba una cosa qué hacer, una nueva táctica, alguna forma de ver lo inevitable que nace de este gran nudo de sueños y fantasías de un futuro incierto, pero tentador a lograr. He de darme cuenta finalmente de la conclusión de esto, de cómo dando una bocanada profunda de aire, con un escalofrío recorriendo mi espalda y tajándola despacio buscando mis pulmones digo sin gran vacilación dos palabras inmensas de gran significado. “Te amo…” Hay quienes dicen que decir estas palabras es como saltar de un precipicio, más bien pienso que sería una cordial invitación “¿Te gustaría saltar del precipicio conmigo?”. Caemos constantemente, sin embargo, pocas veces alguien cae con nosotros, o lo más importante, muy pocos están cuando finalmente aterrizas. Temo decir que esta vez no fue mutua la caída, al final caí hondo y heme aquí un tanto aterido por ello. He caído antes y he quedado en peores condiciones que ahora; no es frialdad lo que al final me permite seguir como si nada, es solo la gran marcha que uno debe hacer una vez superado el dolor. p Basuras en el Sena Por: Pablo Piceno Estudiante de Literatura y Filosofía En este espacio, denominado Basuras en el Sena ¸ siguiendo la dogmática cortazariana, me dedicaré a presentar algunos de los trabajos de los escritores jóvenes antes mencionados, así como cualquier basura que vaya encontrando en el camino. Baste esto como justificación. En esta primera entrega les presento a: Fernanda Sánchez, Narradora. Fernanda tiene 23 años, vive en Monterey y al escribir expresa, según relata ella, la manera en que el mundo le sucede y, en este sentido, cree que descubre una parte de quién es. Comienza con líneas que, con el tiempo, toman forma de poemas, cuentos o dibujos. Aquí una muestra de su trabajo: La rana o por qué tintinean las estrellas Había una vez una rana a la que le gustaba saltar charcos. Por las noches se pasaba de estanque en estanque mojando sus patitas ¡chis, plas PLAS! Le encantaba cuando el agua la salpicaba, porque se imaginaba las gotas en pleno recreo cayendo sobre la resbaladilla de su cuerpo. Nadie lo podía creer, pero esta rana había saltado prácticamente todos los charcos del mundo, desde China hasta Brasil. Un día se dio cuenta de que ya no había más charcos que saltar y, triste, volteó a ver al cielo. Allá a lo lejos observó unos puntos blancos, muy fijos. “¿Qué son?”, se preguntaba. Imaginaba que eran islas en medio de un mar muy negro. O tal vez… Tan absorta como estaba en sus pensamientos, no se dio cuenta cuando su pata pisó el charco que tenía en frente. Volteó y vio su reflejo temblar sobre el agua; junto a ella, vio temblar a uno de aquellos puntos blancos. Se veía tan bonito. Le parecía que reían. Volteó de nuevo a ver el cielo; los puntos seguían muy serios, muy callados allá arriba. Pisó otra vez el agua, esta vez con más ganas, y clarito escuchó la risa de los puntos, pero cada vez que volteaba para arriba, todo se callaba y seguía en la quietud de siempre. No sé por qué lo hizo, y tal vez fue más fe que pericia, pero la rana dio un salto como nunca en su vida. Quedó suspendida en el aire por mucho tiempo, con las patas bien extendidas y dirigidas, como una flecha muy certera. Para cuando tú, mi querida lectora, terminaste de parpadear, la rana ya no estaba ni en esta hoja ni esta tierra. Había aterrizado en una estrella. El animalito acomodó sus patas sobre la superficie escarchada. Todo aquello era muy problemático. Ella estaba cubierta de baba, y, la estrella, cubierta de escarcha. A cada paso que daba, se cubría más y más de la escarcha de la estrella, y veía cómo la superficie comenzaba a temblar, como el charco. Le gustaba eso, pero no eran suficientes unos cuantos pasos, así que levantó una pata y levantó la otra; estaba completamente empanizada. Acomodó sus ancas y saltó. Apenas sintió la estrella el rebote de las patas, estornudó toda su seriedad; la escarcha salió volando por el espacio y la estrella, se quedó con ese cosquilleo que la hacía sonreír, la hacía tintinear. Así se quedó la rana saltando estrellas, tan cubierta de escarcha que ella misma parecía una estrella. Una estrella fugaz. En la tierra, una niña llora. Recargada sobre su ventana, voltea al cielo. No sabe si son las lágrimas en sus ojos o si las estrellas, fijas hasta entonces, comienzan a tintinear. No sabe si es eso, o una rana que ha encontrado un nuevo lugar para brincar. *** En esta sección expondremos fragmentos de poemas, novelas o cuentos para dar a conocer diferentes obras. Tomaremos prestadas las palabras de los grandes de la pluma, a ver si se revuelcan en sus tumbas. Era hermosa como un relámpago y amaba como si matara, como una criminal que ya no tiene nada en el mundo sino ese amor, suyo hasta el exterminio y la ceniza José Revueltas, Dormir en Tierra Cementerio Por: Gerardo Álvarez Palau Estudiante de Literatura y Filosofía En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura. Augusto Monterroso, La Oveja Negra Ilustración: Fernanda Sánchez
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