Contratiempo

8 9 La llamada Por: El Duque de Compostela Arte y Cultura [Ring, ring… Ring, ring…] El amanecer en día lunes, se muestra con la luz matutina que se cuela por los ventanales, primero en los pisos más altos del edificio de más de 15 pisos, luz clara que presagia un radiante e intenso día en la Secretaria General de Gobierno, la información fluye como torrente imparable, los noticieros hacen alarde de hechos que pueden implicar a connotadas figuras públicas y Héctor, como secretario general sentado tras su escritorio, al escuchar el timbre del teléfono ha dejado de evadirse de su realidad jugando solitario en su computadora, titubeante sólo mira y escucha el sonar insistente del teléfono encima del escritorio. También mira a Rodrigo su asistente, quien se encuentra paralizado, con la atención obnubilada por el momento el cual con la cabeza baja, atento espera de la reacción de su jefe. Ambos saben del eminente desenlace que presagia el sonar del teléfono, sobre todo después de ver los encabezados de los periódicos de circulación nacional. Ellos saben que de alguna manera ellos serán requeridos y nuevamente tendrán que arreglarlo todo. El teléfono no deja de sonar y a medida que pasa el tiempo sin contestar, la expectación de Héctor y su colaborador crece y encumbra a lo más alto. Sin embargo éste por fin se decide, sabe que no está listo pero levanta la bocina y sin más contesta: -¿Sí? El asistente, con la mirada grita en desesperación, quiere saber quién contesta al otro lado de la línea, sin embargo al escuchar el tono de voz de Héctor al decir: -¡Ah, eres tú…! Sí… Sí mi amor, sí claro… -al mismo tiempo que Héctor contesta el teléfono, voltea a ver a Rodrigo, a quien para tranquilizarlo, con gestos y ademanes le indica que es su esposa mientras sigue contestando- No… No hay problema, sólo que… Sí, yo sé que es importante para ti y está bien yo veo como le hago… Si besos, yo también te amo cariño… Te veo al rato. Al colgar el auricular, y a pesar del cambio de tono, Héctor luce aún más descompuesto en su semblante, voltea hacia su colaborador, quien atento espera y exclama: -¡Demonios! ¡Sólo esto faltaba! Ante la mirada de su colaborador, agrega: -Mi esposa acaba de confirmar la inscripción de Laura en una universidad extranjera y yo a punto de mandar al diablo todo esto, -antes de que Rodrigo pudiese gesticular palabra alguna, entra la recepcionista y dice: -Perdone la interrupción licenciado, el señor González acaba de llegar y quiere hablar con usted. -¡El Señor González! –Rodo exclama y con voz irónica agrega- ¡Órale! sí que tenemos casa llena jefe. -¿El Señor González? ¿El Presidente vitalicio y fundador de...?– asombrado y con incredulidad Héctor pregunta, no porque no hubiese escuchado a la recepcionista, sino por aplazar aunque sea un poco la insoportable presión del momento y la ineludible necesidad de enfrentarla. La recepcionista intuitiva y entendiendo, con voz tranquila confirma diciendo: -Sí licenciado, el mismísimo Señor González en persona. - Dile que pase, por supuesto ¡Ah! Pero ofrécele un café y lo más que puedas entretenlo, mientras dejas que yo me prepare a recibirlo. La recepcionista conocedora del comportamiento del trabajo y su jefe, asiente con la cabeza y agrega: -Así será licenciado, con permiso. Héctor mira a su asistente y dice: -Rodo ayúdame, escómbrame el escritorio mientras me pongo mi saco, no revuelvas las hojas intenta mantener el orden porque quizá, necesitemos… -Sí jefe, ¿Y si me lo permite? Ora es cuando, aprovéchelo que esto no es del diario. Héctor no responde al comentario y mientras se arregla la corbata, pensativo se da cuenta de que tiene sentimientos encontrados, pues se sabe muy irritado, con ganas de desahogarse gritando su enojo, pero también algo le dice que no puede dejarse arrastrar, muchas cosas, seguridades, comodidades penden de su actuar inmediato, aunque también no sabe cómo poner un ya basta, un alto a la situación. Apenas está acomodándose en su sillón reclinable, tras su escritorio recién escombrado, entra el Sr. González acompañado de Roberto, su secretario particular, y Pedro, el jefe de su seguridad personal, quien al caminar revira con desconfianza, y en voz baja habla a un dispositivo colocado bajo su camisa y por el mismo movimiento deja ver la cacha de una pistola en su costado izquierdo. El Sr. González vestido con traje color negro de diseño exclusivo, al ver a Héctor levanta las manos y deja lucir unas mancuernillas de oro con brillantes, y efusivamente dice: -¡Queridísimo Héctor!, -muy sonriente camina hacia Héctor, quien apenas logra ponerse de pie y corresponde al encuentro del Sr. González, el cual en franco abrazo sigue saludando- ¡Muchacho que gusto verte!,-le da unas palmadas y antes de apartarse busca la mirada de Héctor y le pregunta: -¿Cómo estás? ¿Tú esposa? ¿Qué tal?-sin dar oportunidad a que Héctor conteste, continua preguntando-¿Y Laurita ya ha de estar muy crecidita? Aún me acuerdo cuando fui su padrino de quince años, que bonita fiesta te felicito tienes a una familia preciosa. !Te la mereces! Héctor asiente y corresponde con la mirada, finalmente agrega: -Bien, todos bien, gracias a Dios todos bien, muchas gracias Sr. González. -Pues no sabes que gusto me da, -acomodándose en la silla frente al escritorio de Héctor, agrega: -Roberto, por favor, saliendo de aquí, envías a la casa de Héctor un presente de mi parte y con mucho cariño ¿Eh? -¡Oh! no señor –Héctor intenta sentirse inmerecido- de verdad no es necesario… -Nada, no acepto negativas y menos de gente tan eficiente Arte y Cultura Las comas se hicieron para no cansarnos al hablar Por: Samantha Arredondo Rivera Estudiante de Psicología como tú, ya quisiera más gente así, es solo un detalle. -Sí señor, como usted diga –dice Roberto, quien toma nota y de reojo observa la reacción de Héctor. -Muchas gracias Sr. González y de verdad me siento muy animado y comprometido. –hasta entonces y después de decir esto último, Héctor siente sosiego, paz interior, todo se acomoda y vuelve a tener sentido. Pues mira Héctor, no te quito mucho tu tiempo, estarás muy ocupado, sólo pase rápido a decirte que confío en ti, en tu capacidad como siempre para resolver éstas cosas. Errores todos tenemos, ya hable con mi hijo: ¿Qué quieres? sólo se estaba divirtiendo un poco, es joven, ¿Quién no se divierte de joven? Los Politiquillos grilleros van y vienen y a veces hay que pararles el alto, para hacerles ver que también contamos y que respeten, sobre todo eso: que respeten, ¿Lo hecho? Pues hecho está ¿No? -Si Sr. González… -Ya hable con Enriquito y él está muy de acuerdo, confía mucho en ti para dar pronta salida a esto, perome recomendó que personalmente hablara contigo. ¿Cómo ves? -Sí señor no se pre… Héctor no termina de responder, cuando el Sr. González poniéndose de pie exclama: -¡Eso es todo! Tu lo arreglas y punto. Bueno Héctor debo irme, quedo al pendiente de cualquier cosa, -revira a su secretario, quien asiente y agrega- estamos en contacto, cuando todo esté listo le llamas a Roberto ¿Eh? Pedro se adelanta a la salida y continúa revirando hablando en voz baja y dejando ver una cacha de pistola bajo su costado. El asistente también se levanta y espera a que el Sr. Gonzales termine de despedirse. -Sí señor González… –apenas pudo decir esto último, pues el señor González sin decir más vuelve a darle un abrazo y de inmediato sale de la oficina de Héctor seguido de su secretario y de su jefe de seguridad personal, quien no deja de revirar con desconfianza, hablar en voz baja y mostrar la cacha de su pistola. Mientras que Héctor se desploma en su sillón detrás del escritorio mientras que para sus adentro una voz ensordecedora una y otra vez le dice: -Dignidad, dignidad, dignidad, ¿Hasta cuándo…? Para Pablo, que en su boca se me escriben todas las inspiraciones, y el viento se las entinta. Comerse el alma de un bocado y dejar de ser para saber a lo que sabe la inexistencia, los teléfonos sonando en busca de un cuerpo, una boca que no sabe hablar y una oreja que les escucha gemir dentro de las cabinas, y los pavimentos que se ciernen al sabor de las huellas, de los pasos, al vestigio de los otros caminos que han sido pisados, a la indolencia de la apatía de un recuerdo mutilado y una memoria que padece la peor de las enfermedades, la del olvido. Desgarrarse en la tragedia y triunfar finalmente en el ocaso del desahogo de un saber que se ha perdido. Se quiebran los cristales y se rasga con la luz del advenimiento, la esperanza cruje aullando en minusvalía y descontento pero se mantiene en pie, pasiva, esperando a la eternidad o al menos al invierno que viene, disfrazado de ella. Me ven los árboles y se desvisten, voltean sus ramas hacia mi vestido y me levantan las faldas curiosas, entretenidas. Cogen el baile del viento como a las alimañas les gusta coger del lodo para revolcarse. Se ríen y me escalan de a hormigas el morbo y las ganas de poder comerme el alma y atragantarme de la tuya y de la de los árboles. Hemos ido a esconder tras el vaho de la neblina de las montañas todas las puestas de sol que quisimos y que pudimos acumular, y las bocanadas de la noche en la ciudad nos recomendaron ya no enfermar y comenzar a escribir historias con la ceniza de los cigarros y con la saliva que se nos escapa de cuando en cuando de los labios en el inmenso papel de lunares de alguien a quien, certera y posiblemente, podemos amar, para que seamos ejemplo y rebeldía, para contarnos las letras y ya no derramarnos, estúpidos, en el naufragio.

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