Contratiempo
20 21 Creación y Cultura Creación y Cultura cuando me recibí de ingeniero me dieron la oportunidad de empezar a trabajar, y eso me permitió también independizarme (…) Yo quería ser escritor. A mí siempre me había gustado leer, tenía yo ambición de ser escritor, pero también tenía dudas, como todos los escritores, si iba a poder serlo. Y lo primero que me dijo mi papá fue “hijo, te vas a morir de hambre”, me dijo una cosa peor, “ser es- critor es más difícil que ser ac - tor de cine”, (…) Pero nunca me he arrepentido, ¿eh? ¡Nunca! Me dediqué finalmente, como profesor, a dar clases en la facultad de Filosofía y Letras, ahorita ya tengo 35 años dando clases (…) Pero, el principio de mi carrerea, ¡no vayas a creer que fue fácil! Yo no tenía ningún tipo de rela- ción con la gente de Letras, o sea, yo labré mi camino por mi parte ¿Cómo fue este camino? Lo primero que hice cuan- do decidí meterme a la Facultad fue elegir unas materias que estaban más relacionadas con la litera- tura que con la carrera de Letras. Había conocido a Juan José Arreola como con- ferencista, y me enteré de que él daba un taller de Narrativa. Una de las primeras cosas que hice fue conocer a Arreola, y también a Juan García Ponce, empecé a asistir a sus clases. (…) El ta- ller de narrativa ayu- da mucho, cuando uno quiere escribir, te ayu- da a encontrar tu voz, y cuesta trabajo. ¿Cómo empezaste a publicar? El primer libro que yo publiqué es un libro de cuentos vía novela, se llama De Zitil- chén . (…) Me voy a refugiar en lo que co- nozco de primera mano. Lo que yo conocía era que cuando yo era chico mis papás me llevaban al pueblo de mi padre que es en el Estado de Campeche, un pueblo peque- ñito en donde está la cultura maya muy a flor de piel. Y entonces dije, “voy a escribir sobre eso”. (…) Uno debe de escribir sobre aquellas cosas que nada más uno puede, Tania Briseño Oliveros Imágenes en el tiempo A mi abuela ¡Hace tanto que no hacía esto!: Sentarme frente a mi ropero, so- bre la alfombra recién aspirada, y sacar con mucha dificultad y cuidado la caja en la que guardo mis fotografías, recuerdos de una vida. Tenía en orden todas las fotos que inmortalizaban mi juventud, mi boda, mis hijos de pequeños. Esos momentos los re- cordaba casi intactos, mejorados tal vez con un poco de maqui- llaje de vanidad en la memoria. Pero, como siempre y cada vez peor, ver mi cuerpo y mi rostro plasmados en fotografías más nuevas, me revelaban episodios y personas de mi vida que ahora ya no puedo recordar. No sé por qué me obligo a hacer esto, a torturarme de vez en cuando tra- tando de recordar de quién son todas esas caras, cuáles de ellas son de mis hijos, y lo más duro de todo: Enfrentarme con el hecho de que no puedo recordar cómo murió mi esposo. Y reconocerlo tan distinto, tan cansado, tan pesado de cuerpo y tan arrugado en las fotos. Es que yo no me acuerdo de haberlo conocido así. Para su fortuna, en mi recuerdo está siempre joven, siempre guapo y fuerte, siempre siendo el padre de mis hijos pequeños y de mis hijas adolescentes. Para mi desgracia, olvido constan- temente que estoy vieja, que han pasado muchos años desde entonces y que él murió en uno de esos vacíos que no logro des- cubrir. Al menos cada dos días vuelvo a llorar su muerte, como si acabara de ocurrir, como si me acabara de enterar. Y nadie sabe decirme qué pasó. Algunos días viene un montón de gente a visitarme. Dicen ser mi familia. Y entonces va la ardua labor de reconocer a cada uno, de encontrar en sus facciones duras y atrofiadas, atisbos de la infancia que hayan permanecido en sus gestos y en sus movi- mientos. Sólo así me siento en confianza de estar con ellos, de quererlos tanto como puede una madre que los sigue pensando y viendo realmente como si fueran pequeños y vulnerables, que me quieren y me necesitan cuando ahora es al revés. Lo que más me entristece son mis nietos. ¿Cómo voy a recor- darlos si mi memoria recuerda a mis hijos pequeños, adolescen- tes a lo mucho? Y de pronto llegan señores, porque ya son señores de treinta y tantos años, a decirme abuela y a platicar conmigo como si yo los conociera, o como si llegara algún día a recordar- los y reconocerlos. Pero hay un elemento alegre en esas visitas, y en estas foto- grafías ajenas a mí y a mi memoria. Los nietos me quieren mucho, todos. Puedo ver su sinceridad y su afecto en sus ojos, en su tac- to, en sus ganas de platicarme todo lo que puedan para que a la próxima pueda recibirlos con cariño y con indiferencia. Y en las fotos, los nietos salen siendo niños, jugando entre ellos, jugando conmigo, dándome besos, haciéndome berrinche y ensuciando mi casa con tierra de macetas de talavera. Creo que fui una buena abuela, a pesar de que olvidaba a mis nietos en cuanto sentía su ausencia unas horas después de su partida. Cómo lloraba cuando su recuerdo, tan reciente y tan palpable, se empezaba a esfumar sin mayor consideración ni re- mordimiento. Luego, la tranquilidad que produce una mente va- cía, seguida de una sorpresa por encontrar lágrimas en mis ojos hinchados, y no recordar por qué estaba llorando. Ojalá tuviera más momentos de lucidez como estos. Ojalá pudiera siempre, al menos inferir quiénes se asoman desde las fotos. Poder suponer que el hombre desgastado y sonriente re- cargado en mi silla es Manuel, tan guapo que era Manuel. Y la niña que cargo, una de mis nietas. Me gustaría saber cómo se lla- ma, hija de quién es. Parece que en ese instante la quería mucho. Me hubiera gustado al menos recordar que la quería mucho. No importa ya nada, toda esta melancolía, este lloriqueo, es- tas sorpresas y descubrimientos pueden desaparecer en cuanto me aleje de ellos. Aunque no me aleje, desaparecerán al cabo de unas horas o minutos, ¿quién soy yo para saber cuánto tiempo transcurre entre mi presente y mi olvido? ¿quién soy yo para ha- blar de tiempos medibles, cuando vivo condenada a mi pasado, a mi juventud decrépita y a mi desgraciada memoria incapaz de registrar todo lo nuevo? � “Hernán Lara Zavala” es decir, la puede escribir mucha gente, pero lo que tú sentiste y lo que tú viviste es lo que te corresponde y entonces, por ahí empecé . En ese libro tuve que hacer un esfuerzo. Yo impartía clases en la Ibero, en la par- te de escuela de verano (…) Un día vi una convocatoria que decía “Premio Nacional de Cuento por un libro de cuentos”. Dije, “le voy a entrar”. Entonces, dejé de ir a la Ibero, me puse a escribir el libro de cuentos en tres meses, lo terminé, lo presenté… no gané, pero gané mención honorífica, que no sirvió de nada (…) De todos modos, ya tenía el libro. En- tonces, lo corregí, me fui a Inglaterra porque había terminado yo también la ca- rrera de Letras y me dieron una beca. En Inglaterra lo volví a corregir y finalmente salió publicado en Joaquín Mortiz cuan- do yo tenía 33 años. Joaquín Mortiz era el editor en ese momento más importante de México, era donde publicaba la gente que a mí me interesaba: Carlos Fuentes, José Agustín, Juan García Ponce, Salvador Elizondo… La sorpresa fue la recepción que tuvo mi libro, que nunca me lo imagi- né, (…) la crítica fue muy buena. Estuve a punto de ganar varios premios (…), pero me dio confianza. Ya me sentí… me sentí escritor, porque el chiste de ser escritor no sólo es escribir, sino que te publiquen. De ahí empieza mi carrera (…)Luego, yo seguí dando clases en la Facultad pero ahí encontré una buena beca, del otro libro que escribí, inmedia- tamente el siguiente, ya no tenía nada que ver con Yucatán, (…) al otro libro le puse El mismo cielo . Es un libro que también son cuentos, y ocurren en dife- rentes lugares de la Repú- blica Mexicana, y de ahí, en adelante. ¿Y tus libros premiados? Mira, el primer premio que me dieron fue precisamente por El mismo cielo , ese me va- lió el Premio Colima por obra publicada. Luego escribí otro libro que se llama Después del amor y otros cuentos y ese me permitió ganar el Premio José Fuentes Mares, luego… bueno, el que más premios tiene es Pe- nínsula, Península , que gané el premio Elena Poniatowska por la novela en la Ciudad de Méxi- co, y luego me dieron el premio de la Real Academia Española. Y me dieron otras cosas, como la Medalla Yucatán y la Medalla Jus- to Sierra, que gané por el mismo libro. ¿Hiciste mucha investiga- ción especial para Península, Península? Toda, me tardé diez años… pero hay cierto tipo de libros que no puedes prescindir de investigación, (…) es una novela, yo diría, con trasfondo histó- rico, una novela histórica (…) ¿Cuál es tu libro que más te ha gustado? No mira, son como los hijos, todos te gus- tan, no todos tienen la misma suerte (…) El que más satisfacciones me ha traído es Península, Península , yo siento que es un li- bro de madurez y estoy muy contento con él. �
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