Contratiempo
14 15 No es tan diferente al amor Creación y cultura Creación y cultura Samantha Arredondo Rivera La Toilette Tania Briseño Oliveros Ella está confundida. Es una confusión que viene de golpe, que dura instante y que, sin embargo, no la deja seguir con su labor. La confusión viene del cuerpo, de su cuerpo tan conocido y tan misterioso, tan deseado como humillado, tan bello y deli - cado como vulgar. Su cuerpo produce en la gente maravilla o asco. Su cuerpo, su boca, sus manos han sido dioses, han sido milagro, han sido ternura, un espejismo de amor, un incitante pasional in - tenso y maldito. Su cuerpo, altar de adoración de tantos hombres, ha sido muchas cosas, ha sido mu - chas ilusiones, muchas mentiras. Ella y su Cuerpo han sido también víctimas, reducidos a instrumentos, objetos de posesión y de lascivia de un borracho, de algún hombre resen - tido, frustrado, agresivo. Ella, cansada, bella y solemne, peli - grosa, la mentira más real de la ciudad. Sus pensamientos revolotean sin poder detenerse y templarse; acompaña a un hombre a la puerta de su enorme casa. Se ha puesto su habitual bata de seda, regalo de un amante de tierras lejanas. El sudorde sucarne irradia losperfumesque vierte sobre su cabello diariamente, para intensificar su atracción irremediable. El caballero se despide con cortesía, infinitamente encantado, extasiado y ten - tado a regresar, como siempre, a ese san - tuario de placer que representa Ella. Él nota molesto, o triste tal vez, que ella se encuentra distraída, distante, fría. La deja con un beso en el cuello, mientras el sem - blante de Ella se torna nostálgico. Ella entra a su casa. Es una casa amplia, cómoda y acogedora por todos los detalles que Ella se ha preocupado de colocar. En toda la casa está impregnada su esencia, sus olores, sus sudores y sus lágrimas. ¿Dónde queda Ella, la verdadera, la que habla, siente y piensa si nunca se ha cono - cido del todo? Nunca ha estado sola. Antes de que su consciencia se forjara, Ella ya se había acostumbrado a aprovecharse de su belleza para vivir. No había una Ella indivi - dual, una Ella sola, no había nada. Toda Ella era compartir, era monedas, joyas y vinos caros, su cuerpo y su casa no tenían intimi - dad, no tenían identidad, no tenían nada. Debajo de esa bata, de esa piel tan toca - da y besada, ¿hay algo más? Ella se queda desnuda frente al espejo. Está más acos - tumbrada y cómoda en su desnudez pro - vocativa, profesional y caliente que a su cuerpo cubierto de ropa. Su máscara, su cubierta más difícil y totalizan - te es su propio cuerpo, su apa- riencia más inmedi ata, su dis - fraz m ás real y terrible. ¿Cómo entonces iba a encontrarse a Ella, desnuda frente al espejo? Imposible. Su piel es otro impedimento. Estaba sucia, embriagada de vicios, de alientos y de aro - mas ajenos a Ella, variados y concentrados que siempre la acompañaban. Si existía verdaderamente la pureza, si Ella alguna vez la había tenido, no la recor - daba, no la conocía. Se metió a la tina. El agua caliente y fresca empieza a envolverla, limpiándola, arrastrando en su caída fluidos, olores y restos ajenos a su Cuerpo. El baño era una de las pocas ocasiones en las que parecía tener una complicidad con el despojo ab - soluto de artificios que caían sobre su piel y sus cabellos. Se sentía renovada, más li - bre. El agua cubrió con ansiedad toda su piel, hasta que Ella se agotó de este goce y quitó el tapón de la tina. Salió envuelta en una toalla blanca, hacia la ventana de su cuarto. La paz y el éxtasis del baño han terminado, y sus temores y an - gustias regresan duramente sobre ella. Tal vez nunca encontraría la respues - ta. Tal vez el vender y valorar su cuerpo la habían hecho su Cuerpo , esclava de su car- ne y de su belleza, sin nada más. Tal vez el compartirlo y desgastarlo tanto la habían privado para siempre del derecho de su intimidad, de su personalidad, de sus in - tereses, sus sentimientos, de su persona extraviada entre piel y cosméticos. Intentó reconocerse, intentó quererse, intentó imaginarse cómo era realmen - te. Nada. La melancolía y la soledad eran sus únicas amigas, y no pudieron dejar de acudir a acompañarla. La in - vadieron y la atravesaron sin piedad para que Ella sintiera su presencia. Ella le dio la espalda a la ventana, la toalla y Ella caen al piso y se quedó llorando, sufriendo dolores vacíos, incomprensibles y silenciosos. Siempre es así, siempre seguirá en esta rutina despersonalizada y melancólica, siempre maravi - llada y asqueada de su Cuerpo, como lo hacía el resto del mundo. Él la observaba, desde su jardín en la casa de enfrente. Siempre la había espia - do. Está completamente hipnotizado por el enigma que Ella representaba, fascinado por su belleza y por la inminente tristeza que cargaba. Él coleccionaba dibujos que hacía de Ella. Quería capturar en ellos su sutileza, su complejidad, su falta de verdad y de sentido. Quería apoderarse de Ella, de su Cuerpo, pero no podía encontrarla a Ella, su alma. Él era su amante, su admirador y su juez. Él la almacenaba en sus dibujos como si guardara una piedra preciosa en una caja de cristal. Ella siempre sería bella y ardiente, fría y vacía, un misterio envuel - to de desnudez, un ser tan disponible y tan inalcanzable, para Él y para Ella también. “La mujer representa para el hombre la Naturaleza entera, la relación con la cual comprende siempre un elemento de miedo, el poder ilimitado sobre ella se acompaña de una sensación de omnipotencia” -Erich Fromm Es tan profunda de ha momentos la timidez, que no me deja escapar de nuestro aliento Es tan corto a veces el tiempo Es tan divina la realidad Y te he visto, súbitamente entre mis sueños, te he sentido divagando por ahí Me estremece el oír tus pasos El armonioso río de tu voz ¡Qué tanto espero para sentir tus labios!, que tanto pienso en la próxima vez Dibujando partículas de argón En el aire de nuestro momento. Sigilosa y dominada, me encadeno a compases ya tediosos, estribillos de canciones no compuestas Ansiedades de pasiones ya dispuestas. Es ese instante, en el que mi mente susurra que te quiere Mientras mi corazón adormece El juicio de mi sensatez Varios sean los árboles que nos miran, nos observan sonreír Tanto oxigeno que falta Tanto aire que me empuja A caer junto a tus pies. “La Toi lette”, Toulouse-Lautrec, 1889. Foto : www.toulouse-lautre c-foundation.org
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