47 • En los mundos juveniles late muchísimo más de lo que son capaces de expresar las torpes caracterizaciones que se esconden debajo de las etiquetas generacionales. Pese a la crisis civilizatoria que ha marcado sus iniciales trayectorias existenciales, las juventudes no se han resignado. Son, sí, juventudes desencantadas e indignadas, pero no descorazonadas y menos aún desesperanzadas. Ellas y ellos, como ha ocurrido en otros momentos de la historia, son anuncio de otro mundo posible y portadoras de un rico caudal transformador listo para desplegarse; pero para que ello ocurra con la plenitud y rapidez necesaria, las instituciones y la sociedad en su conjunto debemos ser capaces de establecer las condiciones más propicias. Como ha dicho el padre Arturo Sosa, SJ: “Son los jóvenes, con su perspectiva, quienes pueden ayudarnos a comprender mejor el cambio de época que estamos viviendo y su novedad esperanzadora.” Esa es también nuestra convicción y el compromiso que ha orientado nuestra búsqueda. No es, por cierto, una búsqueda nueva, sino la misma que hace casi 500 años urgió a san Ignacio a profundizar su propia educación y a adoptar para la Compañía de Jesús la labor educativa como una forma privilegiada de servicio a Dios en la realidad en complicidad con las juventudes. Una educación adaptada a “tiempos, lugares y personas” como propone el conocido aforismo ignaciano, pero siempre y en todas partes, una educación concebida como una tarea colectiva, atravesada por la amistad y la esperanza. A continuación, se presenta un conjunto de testimonios que hablan de esa esperanza que nuestras juventudes desean y están construyendo aquí y ahora. V. Las juventudes, clave de esperanza en el futuro
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