• 26 II. Modos de proceder y vida comunitaria inspirados en la identidad ignaciana Frente a una realidad profundamente desigual y lastimada por las violencias; una realidad en la que la diversidad y la conflictividad han sido convertidas interesadamente en polarización y fragmentación social, las universidades deben cumplir su deber de esclarecer y denunciar las causas estructurales del mal social, pero también están llamadas a honrar su misión de anunciar en carne propia, es decir con obras más que con palabras, la posibilidad de un mundo mejor. Vivir juntas y juntos; aún más, vivir en comunidad, nunca ha sido fácil, y menos en una época como la nuestra en la que desemboca una larga tradición cultural que ha subrayado una concepción de la vida humana como algo escindido de las restantes formas de vida y ha proclamado la autosuficiencia del individuo. No extraña que las consecuencias lamentables de esa doble concepción sean los grandes temas del papado del jesuita Francisco: la crisis socioambiental y la crisis de la fraternidad humana, sobre los que ha elaborado luminosas cartas. En los siguientes testimonios compartimos algunas expresiones de nuestro compromiso con el fortalecimiento de un estilo de vida arraigado en el discernimiento colectivo, que busca descubrir la acción de Dios en los signos de los tiempos. Ellas y ellos hablan de la comunidad que somos: una comunidad que abraza la diversidad porque la entiende como un don; una comunidad que cuida la casa común y honra la ética del cuidado mutuo; una comunidad que educa activamente en la colaboración, en el reconocimiento y en la escucha de la pluralidad; una comunidad que reconoce y ejerce su vocación política con un corazón que late junto a los descartados del mundo; una comunidad que pone su inteligencia y sus manos al servicio de la creación y multiplicación de bienes públicos; una comunidad que sabe confiar y celebrar. Una comunidad, en fin, que construye esperanza.
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