Iniciativas para la sustentabilidad y el cuidado de la casa común en la IBERO Puebla

122 / INICIATIVAS PARA LA SUSTENTABILIDAD Y EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN EN LA IBERO PUEBLA vida, negando, ocultando y deformando la red de relaciones de interconexión e interdependencia entre todas las formas de vida que en conjunto habitamos el planeta” (2019: 22). Siguiendo a Navarro, podemos decir que el espíritu del capital está basado en la manera particular de organizar y comprender la naturaleza, detonando un enajenamiento en las relaciones de interdependencia que tiene la vida. Noción que veremos en el siguiente apartado. Ante esto señalado, podemos afirmar que esta manera que tiene el ser humano de separarse con la naturaleza produce despojo sobre el ámbito de la vida; bajo esta premisa, este espíritu capital interviene y reconfigura la relación que tenemos los sujetos con la naturaleza, negando y deformando la relación que tenemos de interdependencia entre múltiples especies y con la naturaleza. Todas estas observaciones nos llevan a preguntarnos por la existencia. Existir en latín significa existere, ello quiere decir, ponerse de pie por sí mismo. Si se piensa bien está definición, nada ni nadie puede existir por su propia fuerza. No existimos en un mundo, más bien coexistimos en el mundo. Estamos enraizados en un mundo en donde no existe un sentido si no se comparte, si no resuena con los demás y con la naturaleza. Necesitamos desmitificar el ser-en-sí y descubrir que somos, más bien, un ser-con. De manera puntual, me refiero a que somos relación. No existe un yo sin un nosotros. Todo lo que es, todo lo que existe, existe en correlación. El filósofo francés Jean-Luc Nancy nos dice que “el ser no puede ser más que siendo-los-unos-con-los-otros, circulando en el con y como el con de esta coexistencia singularmente plural” (Nancy, 2006: 19). Esto quiere decir que nuestra existencia es interdependiente. En este sentido, nosotros ya no nos encontramos frente a un mundo, sino que coexistimos en el mundo. Ante esta afirmación cabe preguntarnos: ¿Cómo nos estamos relacionando activa y receptivamente con nuestro mundo? Hace bastante tiempo, nos prevenía Friedrich Schiller, que “la utilidad es el gran ídolo de la época, un ídolo al que sirven todas las fuerzas y han de rendir homenaje todos los talentos. En esta balanza burda no tiene ningún peso el don espiritual del arte, que, despojado de todo estímulo, desaparece ante el ruidoso mercado del siglo” (2009: 43). A nuestro juicio, en nuestro tiempo, no estamos alejados de esta manera de vernos con las cosas. Tristemente, el desarrollo técnico, científico y económico nos ha impuesto la idea de progreso como única manera de relacionarnos con el mundo: desde la “utilidad”. Este modo de relacionarnos con las cosas y con las personas nos ha dejado en un mundo sin posibilidad de construir una dimensión comunitaria. Nos encontramos en un mundo fragmentado, puestos en régimen de aislamiento. Nos hemos dejado engañar por la modernidad y nos dejamos llevar por

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