78 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2023 CONCLUSIONES Históricamente, se ha instrumentalizado el estigma contra las personas trans y particularmente de las mujeres trans para la división política y social, con fines personales y al servicio de los grupos de poder. Al mismo tiempo, existe una posibilidad de transformar el estigma en algo condenable; tal como lo demuestra, tanto la lucha, como la resistencia cotidiana de ser-existir, de las mujeres trans, así como, los lazos afectivos y las memorias colectivas con las que han entrelazado sus experiencias y creado comunidad. Este es un primer acercamiento a la relevancia de la arqueología de la memoria trans y la construcción de memorias transincluyentes; ambas, como ejercicios permanentes de justicia epistémica en la historización de la lucha por los derechos de las personas LGBTTTIQ+, y como eslabones clave en las cadenas de violencias que aún nos atan a vidas inviables en cualquier coordenada donde nos encontremos. La búsqueda de aportar al entendimiento sobre las causas estructurales de la exclusión y violencia contra las mujeres trans y personas LGBTTTIQ+ nos presenta una realidad intolerable en muchos sentidos. Pero hay que recordar, sobre todo, que nos encontramos ante una realidad sustentada en prejuicios heredados y, por lo tanto, son posibles de cambiar, ya que muchos de los facilitadores de esta exclusión se encuentran en nuestra cotidianidad aprendida, a través de los sesgos con los que fuimos educados en nuestros hogares, que replicamos en nuestros entornos y comunidades, que toleramos en nuestras sociedades. Es una realidad que, así como las cadenas de violencia mencionadas, podemos romper y comenzar a sanar las heridas. Resulta necesario concebir a las mujeres trans como pares, pertenecientes a una comunidad, cuyas experiencias no sean subordinadas, dueñas de su propia memoria, conocimiento, poder e historia en permanente escritura. El reto que nos corresponde a las demás personas no es hacer que las mujeres trans encajen en la sociedad, tampoco centrarse en una mirada romantizada de sus experiencias y de sus activismos idealizados o condicionados, sino cómo transformamos una sociedad para que pueda aceptar a las personas sin distinción, comenzando por la familia, como el primer espacio donde nos desarrollamos. El hecho de que las personas de la diversidad recibieran más agresiones físicas dentro de su casa que en su vecindario (Endosig, 2018), es una prueba más de las grandes fracturas de nuestra sociedad. Las familias tienen que ser capaces de aceptar a sus propias infancias y entender la serie de vulnerabilidades y violencias a las que están expuestas, especialmente dentro de su propia casa, como parte de un sistema roto en el que el desinterés, la discriminación sistemática e institucional, y la omisión a las recomendaciones internacionales, son el punto de partida de una deuda estatal, de la que debe desprenderse una agenda pública de derechos humanos de la que puedan participar y beneficiarse las mujeres trans para la mejora de sus circunstancias de manera urgente y progresiva. Se menciona el episodio del “baile de los 41” como un suceso histórico sin precedente en la historia LGBTTTIQ+, y el que haya existido esa gala, en primer lugar, da cuenta de una comunidad de larga data que conforma un tejido social del que las mujeres y personas trans son indisociables; que no hayan sabido cómo nombrarse antes no significa que no existieron, o que deban de pasar a los libros de historia sosteniendo una interpretación sesgada, denigrante o imprecisa.
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