14 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2022 Mauro Izazaga: Recordando aquel editorial de Ignacio Ellacuría, “A sus órdenes, mi capital”, pareciera que la situación actual sigue siendo la misma consigna, pero con la agravante de responder no a las problemáticas de las mayorías populares o los más pobres, sino a los intereses del capital y una élite plutocrática. ¿Qué piensa usted al respecto? Francisco Samour: La sociedad salvadoreña siempre ha estado controlada por una élite muy renuente al cambio, sobre todo a los cambios que pueden restarles poder y control sobre los bienes y el capital salvadoreño. Me atrevería a decir que nadie en El Salvador ha llegado al poder sin haberle rendido pleitesía a esta élite dominante. Desde que en 1882 se estableció una oligarquía en torno al monocultivo del café y se prohibieron las tierras comunales y ejidales, se consolidó claramente un grupo económicamente poderoso que además de impedir que en el país se pudiera llevar a cabo una reforma agraria durante poco más de un siglo, también ha visto con paranoia y desconfianza cualquier intento de cambiar el modelo social y económico en favor de las comunidades más pobres, de que estas puedan organizarse de tal manera que sean protagonistas de su propio desarrollo y bienestar. Ya los expresidentes militares Arturo Armando Molina y Carlos Augusto Romero, en la década de los setenta, habían querido impulsar una reforma agraria en El Salvador, porque tenían miedo de que estallara una guerra civil, pero las élites que controlan el capital salvadoreño se los impidieron. Quién sabe si esta reforma agraria hubiera funcionado, pero al menos Ignacio Ellacuría creía que hubiera traído muchos beneficios a la sociedad salvadoreña en la coyuntura social y política previa a la guerra civil salvadoreña de los años ochenta. Lo que la élite salvadoreña siempre había querido era alguien como Bukele, que tuviera todo el control del Estado, de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Esto le permite a la élite tener un fast track para que se aprueben leyes y decretos que favorezcan sus intereses. Por ejemplo, la aerolínea “Avianca”, en la que tiene muchas inversiones la familia Kriete, no paga impuestos por la gasolina o turbocina que sus aviones consumen en el aeropuerto “Óscar Arnulfo Romero” de El Salvador, también grandes empresas de construcción, como “Fénix” y “Salazar Romero”, han podido destruir sitios arqueológicos como Tacuzcalco, tierras de cultivo en Ahuachapán y Sonsonate, y zonas forestales protegidas para llevar a cabo proyectos de urbanización. Lo peor es que las casas que construyen se venden a precios a los que no puede acceder la mayor parte de la población salvadoreña. Al final, Bukele está donde está porque hay una élite que se lo ha permitido y se beneficia del control absoluto que tiene del Estado. Mauro Izazaga: Frente a la situación actual de la violencia y el estado de excepción, ¿cuál es el camino para una paz —como un ideal regulativo que está siempre por venir— en la sociedad? ¿Cómo afecta esta situación a los derechos humanos? Francisco Samour: Es necesario reconstruir el tejido social, de tal manera que sean las comunidades de salvadoreños las que tengan el control de su
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