Derechos Humanos / Anuario Edición 2022

DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2022 119 Recuerdos permanentes los encontramos, por ejemplo, en la Peste Negra que azotó la Europa Medieval del siglo xiv y que diezmó a la población con alrededor de 50 millones de decesos, de acuerdo con distintas fuentes, en una escena macabra que marcó a la cultura y su forma de procesar alimentos, del trato a los animales e incluso de las formas de atención médica. En 2019 esa cicatriz en la humanidad pareció abrirse con la aparición del sars cov-2, que hasta 2022 había cobrado en el mundo la vida de 6.3 millones de personas (Statista, 2022). Sin embargo, en esta ocasión, la civilización médica se hizo presente con la creación de una vacuna para detener, si no completamente al virus, sí su velocidad de propagación y sintomatología. Tanto la enfermedad como la vacuna de esta civilización médica sacaron a flote algunas realidades de la modernidad capitalista, ya que se evidenció la capacidad de los Estados para proveer servicios médicos a toda su población, dejando en claro que si bien es un derecho, el acceso a la misma depende del estatus socioeconómico. La salud y su mercantilización como una fórmula terrible de desigualdad y discriminación. “Las desigualdades están relacionadas tanto con la capacidad de protección respecto al contagio, como también por la mayor incidencia de comorbilidades que se asocian a una mayor severidad de la enfermedad y eventualmente a la muerte” (Cruz & Monteiro, 2021). La implementación de medidas sanitarias globales, la inoperancia de los gobiernos locales (no sólo en los países llamados tercermundistas, sino en buena parte del mundo occidental) y la obtención casi sorpresiva, por su velocidad, de una vacuna, lanzó una serie de interrogantes sobre las lealtades que tiene la ciencia médica con la humanidad. Se puede hablar entonces de una clasificación de enfermedades y pandemias con base en el interés político más allá del bienestar social, pero también de una clasificación de personas que pueden tener acceso a los sistemas de salud dignos, tratándose de un acceso selectivo e institucionalizado. Illich (1975) hace hincapié que la institucionalización de la salud responde más a los procesos capitalistas y de prejuicios morales que a la mencionada preservación de la vida, a través de un proceso en el que la medicina, la salud y la vida se han mercantilizado, con base en la monopolización de la “metodología y la tecnología de la higiene [que resulta] un ejemplo notorio del uso político indebido que se hace a los progresos científicos en provecho de la industria y no del ser humano” (1975: 9). La medicina, como una institución alienada a la lógica de mercado, ha contribuido a la poca accesibilidad por parte de la población, en específico a la imposición de patrones hegemónicos, resultando en una “medicalización de la vida” (Illich, 1975: 9); causando que la eliminación de las distintas enfermedades pasa a segundo término ante las potencialidades de un mercado de enfermos permanentes que encuentran paliativos temporales a sus afecciones; siendo la industria farmacéutica y la monopolización de la tecnología, elementos clave que, a través de sus concentraciones en sectores de la población privilegiados, sesgan las posibilidades de acceder al mejoramiento de la salud de las personas y no proporcionan soluciones que les ayuden concretamente a preservar su vida, perpetuando una forma de discriminación basada en las condiciones socioeconómicas.

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