DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2021 97 monía consolidada por el Estado se puede abrir una contrahegemonía y es a partir de las experiencias compartidas que se articulan nuevas prácticas en los movimientos sociales o comunidades para utilizarlas en las luchas a la luz de las necesidades y urgencias del momento presente. En este sentido, cabe decir que las comunidades que forjan memorias colectivas de resistencia son conscientes que hay memorias del poder que están actuando permanentemente y que es necesario identificar de qué manera operan y dañan a nuestra comunidad y, así, poder abdicar en sus lógicas. Estas comunidades se dan cuenta de que las memorias oficiales por el Estado están cubiertas por la racionalización instrumental que van operando de cierta manera, y se va trasminando una colonización del inconsciente colectivo y se construyen, dando forma y organizando, en un primer momento, desde el orden sociopolítico, pero después acaban colonizando el inconsciente gestante de la existencia cultural. La segunda característica es que construyen una narrativa comunitaria que da frente a la narrativa hegemónica neoliberal, en torno al miedo y la normalización de la violencia. Las comunidades que ponen en el centro la defensa de la vida, humana y no humana, toman en cuenta que los elementos clave que impone el neoliberalismo para instrumentar el despojo, son, en concreto, la construcción social del miedo y del terror (Calveiro 2019). La paralización es el pan de cada día en nuestra sociedad donde la narrativa hegemónica está situada en una idea de que no podemos cambiar nuestra realidad. Es cierto que, hoy en día, han aumentado las expresiones críticas y de malestar ante el rumbo de las cosas en el presente. Pero no es menos cierto que tales expresiones son fugaces. Especialmente, las críticas efímeras son las que están construidas desde un escritorio acogiendo cifras, datos e información, sin darles cabida al encuentro directo de las realidades crudas que estamos viviendo. En estos tiempos, a la mayoría de quienes construimos una crítica y levantamos la voz ante las injusticias, se nos dificulta escuchar la realidad que estamos viviendo. Estamos aturdidos con la cantidad de información que nos invade a cada momento. Nos espanta tocar las heridas de nuestro país. Antes de que la situación toque nuestra vida queremos responder y proponer soluciones como mecanismo de defensa. Pero, en el fondo, no estamos preparados para tocar las heridas y trabajar en colectividad por un mundo más humano. A mi juicio, nuestra crítica se pierde de inmediato, en medio de una alteración apresuradamente cambiante. Las catástrofes o las adversidades están orientadas a gestionar y no a enfrentar las heridas de nuestro país. Estos acontecimientos son iluminados por efecto de un destello prácticamente instantáneo. Nos gusta vivir desde la ficción urdida por el miedo. En la ficcionalización virtual en la que nos encontramos emerge ese narcisismo que, sin exagerar, todos llevamos adentro, como contrapeso de la temerosa impotencia, a la que se une de inmediato un jubiloso degustar haciendo crítica sin comprometernos, nos gusta desaprobar las injusticias de lejos, probamos las bondades de las mieles de la imaginación rápida, escueta, pero sin gozne o asidero. Hoy más que nunca estamos llamados a padecer seriamente, en soledad o en un nuevo vínculo de soledades, pero este dejarme afectar no puede ser por el masoquismo que se adhiere al débil, no se trata de una sumisión, sino de fortaleza desde nuestra vulnerabilidad. Hace falta poten-
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