102 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2021 que circula. El poder debería de analizarse desde su devenir, en términos deluzianos, más nunca deberá de pensarse el poder como algo localizado aquí o allí, nunca está en las manos de alguien. Felix Guattari (2013), en su libro Líneas de Fuga nos dice que “el funcionamiento o los disfuncionamientos de la sociedad nunca son el asunto de individuos como tales; dependen de agenciamientos complejos de ningún modo reducible a colecciones de individuos, a ideologías humanas, a un cúmulo de responsabilidades y de voliciones individuales” (Guattari, 2013, p. 31). Es desde este agenciamiento complejo que podemos entender el poder como fuerzas que funcionan y se ejercen a través de una organización reticular o rizomática, y en sus mallas los individuos no sólo circulan, sino que están puestos en la condición de sufrirlo y ejercerlo (Calveiro, 2019). En las redes de poder circulantes se imbrican distintas relaciones de asimetría y dominación (sociales, de género, étnicas, mafiosas), y estas se nutren entre sí. Pero también pueden fragmentarse y desarticularse por efecto de múltiples confrontaciones, por tensiones, por resistencias y fugas que las obligan a modificar su curso. En este sentido, es más propio hablar de poderes articulados, en plural, siempre específicos, más que hablar del poder como una unidad (Calveiro, 2019, p. 55). Por lo anterior, diríamos que las relaciones entre grupos sociales no se pueden pensar como “vínculos de poder-no poder”, sino como relaciones cambiantes que generan concentraciones y, sobre todo, modalidades diferentes de poder y que se distinguen no sólo por su intensidad sino también por la índole y las formas de ejercicio de cada uno. Van a depender de su manera de ejecutarse. Dice Foucault que “donde hay poder hay resistencia, y no obstante (o mejor: por lo mismo), ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder” (Foucault, 2008). En otras palabras, las resistencias desde la imaginación política constituyen el otro término de las relaciones de poder; ellas se inscriben como el irreductible elemento que enfrenta a la hegemonía, donde se abre líneas de fuga para la construcción de otro mundo posible (Guattari, 2013). En síntesis, la dimensión de la compenetración o la trasminación entre poder y resistencia, significa que la resistencia, ese agenciamiento complejo, no sólo es correlativa con el poder en cuanto una va al lado del otro o contra el otro, sino más bien la resistencia es en cuanto que la misma resistencia y el poder se compenetran mutuamente, es decir, se co-constituyen. Como juego de relaciones, ni el poder actúa en el vacío, ni la resistencia surge de la nada (Nieto, 2008; Calveiro; 2019). La resistencia entonces no es “externa” al poder como su correlato, sino que está inscrita en el poder mismo (Ezcurdia, 2021). Calveiro (2019) plantea que es posible hablar de dos tipos de estrategias de resistencia: la primera sería aquellas que se dan en oposiciones abiertas o frontales, que denomina confrontación directa. Pero también ocurren otras que son menos visibles e incluso subterráneas y no por ello menos importantes, es desde estas resistencias a la que me refiero que podemos cultivar esas memorias colectivas de resistencia como posibilidad de abrir camino para disputar los futuros a través de la imaginación política. En esta resistencia subterránea se vive la confrontación y opera como desafío, es una resistencia que vitaliza a la comunidad y se posiciona ante la vida como reto posibilitante, como lucha abierta y tiende a la ocupación de espacios y prácticas vedadas o en los que existe desigualdad de participación.
RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3