Derechos Humanos / Anuario 2020

296 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2020 la voz patriarcal y no a nuestra propia voz. Nuestra propia voz tiene que salir del corazón, y cuando empezamos a conectarnos con lo que nos hace bien, de lo que nos hace mal, entonces podemos empezar a discernir con quién sí podemos tener confianza y con quién no; porque también toda esa cultura de violencia hace que perdamos totalmente la confianza y la capacidad de discernir con quién sí podemos confiar y con quién no. Tenemos el miedo y el terror puestos en la piel, y esto no nos permite, por lo tanto, retejer los vínculos, más bien nos aislamos por miedo y ya no vamos a la calle por miedo. Necesitamos volver a discernir, cuando estamos colocadas en el corazón, y que podemos estar escuchando nuestros miedos y no nuestra cabeza, entonces, de repente, podemos sentir: “uy aquí no me siento bien, no estoy bien aquí, esta relación no está bien para mí, o este grupo de amigos no está bien”; pero qué pasa cuando tenemos la voz patriarcal en nuestra cabeza, empezamos: “no, no exageres, eres una exagerada, no es verdad, no te va a pasar nada”, y en el momento en que decimos eso, perdemos la capacidad de discernir. Cuando nos sentimos mal en algún lado, nos vamos. Eso es la señal, no es el momento de estar, ni intentar hacer amistad con alguien con la que no nos sentimos, con el que no nos sentimos bien; es el momento de salir. En una relación de pareja donde empezamos a sentirnos incómodas, que no nos sentimos escuchadas, que realmente nos sentimos humilladas, dejamos de intentar de entender al otro, dejamos de ser su mamá, dejamos de intentar salvarlo y protegerlo, y cambiarlo, nos vamos. ¿Por qué? Porque nuestra vida y nuestra libertad está en juego. El conectarse con las emociones y con el propio cuerpo nos permite eso, si no, la voz de los otros está aquí mandando y la voz de los otros es la voz del dominio, es la voz que nos dice “sométete, aguanta, paciencia”. No, esa no es nuestra voz, nuestra voz es “quiero estar bien, quiero estar segura, quiero ser libre”. Eso hay que tomarlo en cuenta. Mientras vamos reconectando con el cuerpo, recuperamos nuestro poder propio, que al final, la violencia sexual eso es lo que nos quita, tenemos tanto miedo y sentimos tanta culpa por lo que nos pasa; es que ya ni disponemos de nosotras, ya no estamos en nuestras manos propias, estamos en manos de otros. Todo esto permite recuperar, poco a poco, el poder propio, el poder de decidir, el poder de discernir y el poder de defendernos, y vamos desarticulando la feminidad. Porque si ellos tienen que desarticular la masculinidad hegemónica violenta, que equivale a poseernos a nosotras y controlarnos; nosotras tenemos que desarticular la feminidad aprendida. Esa feminidad aprendida desde el patriarcado que nos obliga y que nos hace creer que tenemos que ser sexy para ellos. Esta idea de sexy está absolutamente construida desde el punto de vista del dominio. Ser sexy, es ser sexy para ellos, pero ser sexy para ellos implica estar al servicio y a disposición sexual de ellos, no implica que nosotras decidamos. Para decidir, tenemos que desarticular esa idea que estamos teniendo de complacerles y gustarles, nos tenemos que gustarnos a nosotras mismas, primero, y después entablar una relación con otros

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