Derechos Humanos / Anuario 2020

DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2020 293 xual, si es decente, si no lo es; es decir, van a estar interpretando la ley siempre desde el punto de vista masculino, antes que escuchar nuestra voz y nuestra verdad, por eso siempre tenemos que estar demostrando, una y otra vez, que no consentimos lo que pasó. ¿De dónde viene esta idea de consentimiento cuando decimos que nos violan? Esto viene de la idea del poder del dominio masculino sobre nuestros cuerpos, si no, no estarían preguntándonos eso. Entonces, esas creencias, esas ideologías patriarcales que descalifican nuestras voces, descalifican nuestras experiencias, y no solamente las descalifican, sino las nombran desde sus puntos de vista, por lo tanto, invisibilizan los que nos pasa. Son las que vamos a tener que ir desarticulando, contrarrestándolas con nuestra verdad y nuestra propia voz, fuera de esa voz de dominio. ¿Qué está en juego cuando levantamos la voz? Está en juego nuestra libertad, y del otro lado, ¿qué está en juego? El dominio. La violencia sexual no es una larga lista de violencias, es el centro alrededor del que el dominio se sigue perpetuando, porque ¿qué hace ese dominio? Fomenta la culpa en nosotras, fomenta el terror y fomenta el sometimiento. La violencia sexual no es cualquier cosa, tiene ese objetivo, esa intencionalidad política de callarnos y que regresemos al carril tradicional de las sometidas, abnegadas, calladas y víctimas; sólo que, efectivamente, ya nos cansamos, ya cinco mil años, ya es suficiente, ya toca construir la humanidad de verdad. Entonces, el daño moral y social, generado por estas violencias sexuales en nuestras vidas, es enorme; es enorme, y sí, lo tenemos que ver y lo tenemos no solamente [que] nombrar, sino sanar, porque si no, vamos a seguir estando en condiciones y situaciones de víctimas, en lugar de aprender a construirnos como humanas, capaces de poner límites, capaces de vivir en libertad y capaces de crear nuestra propia vida, como la queremos en bienestar, en plenitud, en libertad. Esa interpretación cultural alrededor de la violencia sexual ubica o, más bien, genera una inversión perversa, no solamente digamos más violenta, sino que, además, recae la responsabilidad sobre nuestros hombros; somos las culpables, nosotras somos las que nos tenemos que retirar, nosotras somos las que nos tenemos que callar; entonces esta estigmatización en torno a nosotras, como las putas, las que nos ofrecimos, las que lo quisimos, a nosotras no nos bajan de putas. Esta palabra es una creencia patriarcal profundamente arraigada que tenemos que desarticular, porque esta creencia hace que nosotras tengamos miedo permanentemente; en el momento que nos nombran, nos dicen putas, ya tenemos miedo del ataque sexual, porque ¿qué hace el estigmatizar a alguien como puta? Implica, inmediatamente, su derecho a acceder sexualmente y a atacarnos sexualmente. Ese es el mecanismo más perverso del sistema patriarcal que nos convierte a todas en putas y justifica, por lo tanto, el ataque sexual. Entonces, un montón, como somos putas, no solamente tuvimos que enfrentar una tortura sexual, además, nos estigmatizan como putas, y después se desencadena una gran larga lista de violen-

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