DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2020 261 relación entre la civilidad menstrual y el control social ejercido sobre los cuerpos y los procesos corporales de las mujeres, así como con la subordinación sociohistórica de las mujeres, a través de la construcción simbólica de éstas como más cercanas a la naturaleza (Ortner, 1979: 25-26), dominadas por sus hormonas (y, por ende, incapaces de autocontrolarse y, como resultado, menos civilizadas). La interpretación cultural sobre la menstruación abona a la naturalización de la suposición de inferioridad de las mujeres y refuerza los estereotipos y prejuicios acerca de ellas, tales como el ser sensibles, volátiles, de criterio poco confiable y con procesos biológicos y psicológicos incontrolables, entre otros. Esto contrasta con las creencias acerca de los varones, quienes supuestamente son racionales, estables, aptos para las decisiones y con absoluto control sobre su cuerpo y sus emociones. Ambas imágenes son caricaturas de la complejidad humana, independientemente del género, y, aun así, tanto hombres como mujeres las compartimos en mayor o menor grado. Sobre la insistencia en la pulcritud y la asepsia en la menstruación también aportan Blázquez y Bolaños (2017), que: La vergüenza muestra que la menstruación sigue siendo un tabú, y no es entendida como un proceso fisiológico propio del cuerpo de las mujeres sino como algo sucio y desagradable que debe ser escondido y convierte a la higiene y sus cuidados en un imperativo que sobrecarga a las mujeres (p.262). Es pertinente un ejercicio de empatía para ahondar de forma más profunda en la relación entre la estigmatización de la menstruación y la carga psicológica que representa para las mujeres su ocultamiento: durante aproximadamente 30 años, cada mes es necesario dedicar parte de la energía psíquica por varios días a gestionar un fluido corporal que no está sujeto a los esfínteres, que en diferentes grados puede generar molestias físicas y/o emocionales, cuya experiencia debe ser ocultada y no puede comunicarse y, de saberse, genera una sanción social. Si a este cúmulo de dificultades agregamos el hecho de que es un proceso con una carga de género, es posible inferir que un proceso biológico complejo esté configurado culturalmente, de tal manera que abona a la desigualdad, ya que hemos construido implicaciones acerca de las mujeres, en tanto seres menstruantes, y afecta comúnmente la vida cotidiana y las metas de éstas. Una de las consecuencias de esta construcción es su exclusión o minimización en ciertas áreas de la vida social. Puede fungir como ejemplo la exclusión de las mujeres de puestos directivos en el ámbito laboral, justificada a partir de la menstruación con el pretexto de que somos volátiles y, por ende, de criterio poco confiable.8 8 El 18 de febrero de 2019, el usuario de Twitter @Walstwolverine afirmó en su cuenta: “¿Sabéis qué [sic] privilegio creo que tenemos los hombres sobre las mujeres? Uno
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