254 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2020 Sin embargo, no es así, ya que dicho esfuerzo aún es necesario, por un lado, en virtud de que las desigualdades entre las mujeres han permitido que sólo algunas gocemos de ciertas posibilidades, mientras coloca a las otras en la situación cotidiana de injusticia. Por otro, las mujeres hemos insistido en el reconocimiento de ciertas facultades que antes no habían sido consideradas y que abonarán a la construcción de la equidad. Asimismo, la perspectiva de derechos humanos, congruente con los principios de progresividad e interdependencia, ha ampliado y profundizado la concepción de aquéllos y sus alcances. Esto ha permitido reconocer la importancia de su observancia en la cotidianeidad y la posibilidad de su vulneración entre particulares, así como la necesidad de atender todos los derechos, ya que priorizar unos y descuidar otros resultaría en la degradación de todos. Al abordar el tema de las violaciones a los derechos humanos en los espacios cotidianos es común pensar en los ejemplos más extremos, sin embargo, es fundamental visibilizar, también, aquéllas que, sin ser tan representativas, abonan a la desigualdad y merman la calidad de vida de quienes las sufren. En este contexto, es indispensable reconocer que ciertas prácticas arraigadas y normalizadas en nuestra cultura, ejercidas por particulares, impactan de manera negativa en el goce de los derechos humanos y fungen como base ideológica para otras vulneraciones más evidentes. “Hay que entender que lo privado es político y que lo político es impensable separado de la vida personal y doméstica” (Canorea, 2015). No es posible construir una sociedad justa y equitativa en la esfera jurídica si en la dimensión cultural se reproducen las prácticas que cotidianamente violan derechos humanos. Respecto al derecho a la educación para las mujeres, aun en la actualidad existen diversos obstáculos que impiden su libre acceso. La pobreza les afecta de manera especial, ya que, en 2015, el 70 % de los mil 300 millones de pobres del mundo eran mujeres (ídem). La violencia en el ámbito familiar también tiene consecuencias específicas para ellas, ya que, en muchas ocasiones, se convierten en el blanco directo de ésta, con terribles repercusiones, entre las que están el ausentismo y la deserción escolar. Los sesgos de género y las expectativas sociales sobre sus proyectos de vida suelen considerar como exclusivo o fundamental su rol de madres y esposas, mientras que su desarrollo académico o laboral fuera del ámbito doméstico es pensado, en el mejor de los casos, como accesorio. Sobre esto, el Relator de educación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Vernor Muñoz, retoma a Aikman, S.; E. Unterhalter y C. Challender (s.f.), cuando enlistan una serie de obstáculos culturales a los que nos enfrentamos las mujeres en las aulas, entre los que se encuentran: menores expectativas de las y los docentes sobre el aprovechamiento de las niñas, menor ofrecimiento de retroalimentación para ellas, menor divulgación de sus logros y premios e, incluso, menores expectativas de ellas sobre sí mismas. Estos son algunos factores que convergen para hacer más difícil que las mujeres estudiemos. La Organización de las Naciones Uni-
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