DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2019 223 Para poner más en contexto a aquellas y aquellos que son más jóvenes les sugeriría que entren en san Google –porque ahora hay nuevos santos como san Google–, que entren a algo que se llama masacre de El Mozote –con zeta– que fue una masacre tremenda, hubo muchas, pero esa fue de las más emblemáticas. Al comienzo de la guerra, el Batallón Atlácatl, que es un batallón tremendo, llega a un poblado y asesina a sus casi mil novecientos y pico de pobladores. Los encierran, primero matan, una noche, a todos los varones a disparo puro, luego a todas las mujeres, y luego a las niñas y los niños. Entonces no es una violencia abstracta ni que suceda al costado, sino que es una violencia genocida. Con este proceso, con este pensamiento, perdón, ¿cómo enfrentar esta situación? Yo lo que pude ver –y Miguel [Concha] confirmará o no– es que [Ellacuría] comprende la violencia revolucionaria, pero no la apoya. Comprende y está más predispuesto a aceptar que sus compañeras y compañeros campesinos den ese paso para defenderse y no morir en el más absoluto desamparo, pero tiene sus reservas. Y aquí siento que hay un nudo, un nudo agravado, y él, diría afortunadamente, no vivió el proceso de paz de El Salvador, que es terrible, porque es la reproducción de la guerra en paz en donde las causas de la guerra perviven; porque la oligarquía sigue siendo dueña y señora ya no de las tierras, pero sí de la riqueza salvadoreña, donde los Maras y la violencia urbana reproducen las lógicas de la guerra y del ejército represivo, y donde no se consiguió nada. Pero, además, el campo popular tan compacto en los años setenta se desfiguró y numerosos, o algunos, comandantes de la guerrilla trabajan hoy para el capital o directamente, como Joaquín Villalobos, para las fuerzas del mal –diría yo–, para la CIA y otras organizaciones, incluso aquí, en México, asesorando a la contrainsurgencia. Entonces es una derrota ética, cultural y política difícilmente superable. Yo creo que, si nosotros tuviéramos que investigar cuáles son los legados de Ellacuría y de los jesuitas, haríamos un ejercicio similar al que hicieron ellos y Romero en aquel momento. Recordemos que Romero, cuando llegó, tenía una biografía muy similar a la de Samuel Ruiz. Era un obispo muy conservador, preconciliar. Él decía: “fue la sangre de Rutilio la que me convirtió”. Fue la violencia estructural y sistémica la que lo convirtió. ¿Cómo encontrar esos legados que yo creo que son profundos de Ellacuría?, ¿dónde están?, ¿cómo se manifiestan? Por supuesto no hay un testamento. ¿Dónde están esos legados? No son textos o manifiestos o documentos que nos dejaron. Esos legados no pueden estar en otro lugar, no están en otro lugar que en lo que hacen los sectores populares, los indígenas, los campesinos, los pobres de la ciudad y del campo. O sea, es a través de las huellas de los sectores populares donde podemos encontrar los recursos para desatar esos nudos. Insisto, ¿cuáles son esos nudos o ese gran nudo?, ¿cómo afrontar la violencia del sistema sin reproducir la violencia del sistema? Hoy sabemos, y los jesuitas creo que no lo vivieron de esa manera, que no sólo éticamente la guerra es un mal camino, sino que además políticamente la guerra es un mal camino, porque reproduce el
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