222 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2019 Antes de entrar de lleno a lo que considero que es uno de los caminos, una de las lecturas que nos deja Ellacuría y otras y otros, quisiera situar el momento: los años setenta y ochenta, en los que ellos viven y entregan su vida. Era un mundo muy distinto al actual, lo digo especialmente para las jóvenas y los jóvenes. Era un mundo partido en dos, el campo capitalista y el campo socialista, que era más de un tercio de la humanidad, encabezado por la Unión Soviética (que hoy es Rusia), por China, por varios países de Asia, África, por Cuba. O sea, era el “principal conflicto” que había en aquella época, era el mundo comunista o socialista y el mundo capitalista. Y se tomaba partido y todos los conflictos eran subsumidos en esa contradicción. Eran como dos garras que a cualquier conflicto lo llevaban para un lado o para el otro. Y era también el periodo de las guerras centroamericanas. En el año 1979 triunfa la Revolución sandinista y era el periodo en el cual era “inminente” el triunfo de otras revoluciones. O sea, lo sucedido en El Salvador era parte de este periodo histórico. En esa situación actuaron los jesuitas de la UCA y Ellacuría. Yo lo que quiero plantear es que encuentro que la violencia estructurante de estas sociedades es una violencia que no depende –o no dependía ni depende ahora– de que tú seas violenta o violento. Como dice Fanon, basta con vivir en la zona del no ser para que la violencia sea lo que estructura tu vida. Basta con que te resistas pasivamente a la opresión, como dice Elsa Dorlin –una feminista que aborda el tema de las autodefensas con una, para mí, enorme lucidez–, basta con que nos defendamos de la violencia simplemente haciendo este gesto para que la violencia actúe sobre los cuerpos, en particular de los pobres y de las mujeres. Entonces no es que se elija un camino de violencia, sino que la violencia está allí y estructura a las sociedades. Creo que los jesuitas –y Ellacuría en particular– se enfrentan, en esta situación, a un conflicto, a un nudo que es enormemente complejo de desatar. Ellacuría no propicia la violencia, la comprende, pero, además, todas sus bases, campesinos vinculados a su Iglesia –hay que recordar el caso de Rutilio Grande, que es asesinado por ser sacerdote, y ni qué hablar del caso de Óscar Romero–, buena parte de sus fieles optan por el camino de la violencia simplemente porque no veían otra alternativa. Esto es lo que me contaban estos hombres y mujeres a mí, en El Salvador. Entonces, ¿cuál es el nudo que yo creo que es extremadamente complejo?, ¿hay violencia? Las bases, los fieles optan por la violencia para defenderse, pero éticamente no compartimos la violencia y hoy se podría agregar que tampoco políticamente. Entonces, ¿qué hacemos? Y ahí es donde yo noto esta tensión, y si ustedes observan alguno de los textos de Ellacuría, él denuncia la violencia como un fenómeno estructural: la violencia del sistema denuncia la violencia represiva, y poco a poco se va acercando a la violencia de abajo o la violencia revolucionaria, en lo que yo siento como una incomodidad enorme, porque no puede decirles a sus fieles, a esos campesinos masacrados, “no hagan nada, déjense”, y tampoco puede bendecir la opción armada.
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