DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2019 215 En última instancia, para esta teoría todos somos queers porque arguye, con razón, que nadie se ajusta al ideal de ninguna identidad sexual (y yo agregaría, de ninguna otra); todos somos raros. Creo que, en definitiva, eso es cierto y ha sido mostrado por las más diversas indagaciones. Sin embargo, si todos somos queers, ¿cuál es la particularidad de este concepto?; ¿qué porción de mundo específica del mundo ilumina?; ¿cuál es su valor heurístico, esto es, como herramienta de investigación si acaso la investigación formal sigue siendo de interés para quienes cultivan la Teoría Queer? Entre las virtudes de la Teoría Queer está el hecho de que ha sido útil para abordar lo que ocurría antes de la construcción de las identidades sexo/ genéricas características de la modernidad. Esto implica creer, por ejemplo, que no en todas las sociedades ha existido una distinción entre hombres o mujeres, ni roles distintos socialmente asignados para unos y otros, cosa de la que hay evidencia, pero muy limitada desde la historia o la antropología (aunque los seguidores de la Teoría Queer suelen sostener lo contrario, más inspirados en interpretaciones peculiares cultivadas por algunos académicos en los estudios literarios o de arte). La Teoría Queer también ha sido empleada en lugares que se consideran todavía ajenos a las concepciones modernas de la sexualidad (eso si algo puede no haber sido tocado por la modernidad a estas alturas del devenir humano); en los trabajos de los fundadores de la disciplina antropológica – Bronislaw Malinowski o Franz Boas– es patente que, a inicios del siglo XX, los sujetos más alejados del mundo occidental o judeocristiano (en su versión secular) ya estaban tocados por la colonización occidental (en versión teológica) desde el siglo XVI; si a esto le agregamos la globalización acelerada que inició en la segunda mitad del siglo XX, pensar que puedan existir grupos ajenos a la forma occidental/ moderna de ver el mundo parece imposible. La mencionada Teoría, ciertamente, puede ser útil para analizar subversiones o transgresiones en cualquier tiempo y lugar, atendiendo la idea de rareza que los límites de lo socialmente establecido en los terrenos de la “sexualidad” (otro invento del lenguaje moderno) suelen imponer. Y, como he dicho, tiene muchos seguidores en el campo de la crítica literaria (la misma Judith Butler, como ya mencioné, se formó en el terreno de la literatura comparada) y en los estudios del arte, pues las ambigüedades presentes en novelas, poemas, pinturas o películas se prestan más a este tipo de análisis que la evidencia utilizada en otros campos del conocimiento. Es importante destacar que la misma Judith Butler, ya convertida en una estrella de la academia global, ha señalado, de manera reiterada, durante sus visitas a universidades o centros de investigación de otras regiones del mundo, más allá de la paradisiaca Universidad de Santa Cruz, que la Teoría Queer no debe trasladarse de manera irreflexiva para analizar lo que ocurre en otros lugares del mundo. En breve, no es lo mismo vivir en un lugar donde parece que la discriminación en materia de sexualidad ha sido superada (o eso llegamos a pensar antes de las elecciones presidenciales estadounidenses del 8 de noviembre de 2016), que intentar dar cuenta de lo que sucede cuando un centroamericano pide asilo aduciendo que su vida está en peligro por ser homosexual. Antes de concluir, haré un veloz recuento de las críticas comúnmente realizadas a la Teoría Queer. A favor, es justo reconocer que desestabilizar los saberes modernos nos sirve para problematizar y repensar las categorías que usamos y sobre las que no siempre reflexionamos (para esto también resulta útil leer a otros pensadores de los límites que han sido plenamente integrados a la academia, en su inmensa capacidad de incorporar lo que alguna vez la amenazó; tal es el caso de Michel Foucault, cuyas nociones se usan en las más variadas investigaciones). También es necesario considerar su contribución en la lucha contra la normatividad de las identidades sexuales otorgándole legitimidad a quien trastoque nuevas prescripciones creadas, especialmente, por los términos gay y lesbiana (por ejemplo, desde esta perspectiva, una mujer que asuma características percibidas como masculinas y un hombre que asuma características consideradas femeninas no deben ser rechazados). Ya el asunto de que el “deseo sexual” (un término moderno para una teoría con pretensiones posmodernas) o las pulsiones eróticas (otro término moderno) o amorosas (otro término moderno) puedan ser tan inciertos como para que todos podamos sentirnos atraídos por cualquier persona, puede resultar excesivo; me parece que es suponer que esos deseos, de origen ciertamente misterioso, pero que son descubiertos con el paso del tiempo, pueden ser más controlables de lo que en realidad lo son, pues bien sabemos que no los elegimos.
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