Derechos Humanos / Anuario Edición 2019

214 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2019 Sus reflexiones, plasmadas en sus trabajos, causaron gran impacto en los Estudios de Género; de manera especial en los gay and lesbian studies –ya consolidados por personajes como John Boswell, Jeffrey Weeks, John D’Emilio o Gilbert Herdt y que continúan en expansión al igual que los otros estudios sobre diversas identidades sexuales– pues era más fácil cuestionar la existencia de estos sujetos de investigación a lo largo de la historia en comparación con el cuestionamiento –también realizado por los seguidores de la Teoría Queer– de la existencia de dos paquetes sexuales básicos (hombres y mujeres), a partir de los que se generan distintas construcciones culturales, dado el concepto de género (la construcción cultural a partir de una diferencia sexual) ya mencionado. La Teoría Queer se opone a cualquier forma de esencialismo o universalismo sosteniendo que no hay diferencia entre sexo (biológico) y género (cultural). De esta forma, descalifica al binomio sexo/ género como un elemento fundante de lo social. Por tanto, pone en tela de juicio el campo de estudios que le dio origen. También se oponen al binarismo: hombre-mujer, homosexual-heterosexual, que (presumiblemente) caracteriza al pensamiento occidental. La Teoría Queer considera (como algunos lingüistas, pero ni remotamente la mayoría) que no podemos acceder a otra cosa que el discurso o el lenguaje con el que construimos el mundo. Por ejemplo, si nos enseñaran que todos somos de un mismo sexo eso creeríamos. Por el contrario, si nos enseñaran que existen muchos sexos, eso sería lo que pensaríamos. Una noción muy importante en este planteamiento es la de performatividad (al estilo de la Teoría Queer porque otros científicos sociales, como Erving Goffman, le otorgan un significado completamente distinto): el discurso produce lo que afirma. Por tanto, las clasificaciones sexuales no responden a ninguna realidad (ni siquiera a una que está mediada por el lenguaje), sino que la producen. Como corolario, crean su propia normalidad, generan opresiones e imposiciones (aunque, podría debatirse, tal cosa ocurre con cualquier identidad social –no sólo las sexuales–) que, sin embargo, se van recreando a partir de las críticas, las transgresiones o las pequeñas acciones de quienes se adscriben a ellas. Ante esto, la Teoría Queer (en estricto sentido, aunque hay quien realiza lecturas menos radicales en las que toma algunas ideas, sin renunciar a la noción de género) apuesta por la disolución de las identidades sexuales. Esto significa que no debemos nombrarnos como gays, lesbianas, transexuales, bisexuales o cualquier categoría que pretenda dar cuenta de nuestra sexualidad porque, al hacerlo, reproducimos un sistema de dominación creado por los saberes científicos; colonizamos al otro o permitimos que nos colonicen. La Teoría Queer, en la investigación –dentro de los muros, tantas veces aislados, de la academia–, considera mejor rastrear situaciones en las que se desestabiliza la organización o normatividad de cualquier categoría sexual, excepto “queer” que alude a la rareza (aunque podría arguirse, si queremos resistir al discurso científico, que nos incluye en una generalidad, ¿por qué crear otra generalidad para nombrarnos?).

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