Derechos Humanos / Anuario Edición 2019

192 DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2019 de manera grupal y colectiva a las narrativas personales de quienes nos acompañan en este caminar. Por otra parte, a nivel colectivo, entendemos el autocuidado como un acompañamiento que se da y se recibe. Grau Abalo y Scull Torres (2013) mencionan que cuidar significa acompañar, y que este acto se realiza “sin determinar ni indicar su camino, andar a su lado respetando el ritmo de su paso en la vida, haciéndole sentir siempre una persona útil, estando presente y estableciendo con él una relación interpersonal gratificante y productiva” (p. 168). Ese enfoque nos alienta para que, dentro de la estructura organizativa de los grupos y colectivas de defensa de derechos humanos, se integre dicha visión de cuidado como un eje transversal de las acciones, si queremos que esta labor sea sostenible. De esta manera, es posible irse reinventando y transitar de un actuar fragmentado a un cuidar/se en común, de un verse en competencia, a un mirarse en la compartencia. Es decir, el cuidado se logra cuando lo realizamos acompañando/nos, no sólo al interior del grupo, sino también en conexión con las demás colectivas y grupos que están desarrollando sus propias luchas para defender y promover los derechos humanos y del medio ambiente. Así, podremos producir articulaciones para generar microalternativas al sistema de dominación imperante y alimentar un sueño colectivo de cuidado que dignifique estas luchas y resistencias (Jiménez, 2019). Un elemento más del autocuidado, que puede entrenarse individual y colectivamente, es la recuperación de la esperanza. Como se ha revisado a lo largo de este artículo, la defensa de derechos humanos supone, por definición, una lucha: la conciencia de diversas violaciones a estos derechos y el accionar para modificar las causas y condiciones que las generan. El potencial transformador del autocuidado recae en que no sólo contribuye como contención o resistencia frente a los malestares cotidianos, sino que tiene una explícita orientación a la vida. La esperanza como estrategia política implica re-significarla, para entonces comprenderla no desde un frágil optimismo cuya energía radica en esperar a que fuerzas externas modifiquen las condiciones en las que se viven, sino en cultivar interna y constantemente una profunda aspiración de cómo es el mundo en el que se quiere vivir; ya que es de esta aspiración de donde nacerá la motivación para trabajar activamente por esa visión. Joanna Macy (2012) la llama “esperanza activa” y la entiende como una práctica; esto significa que no es algo que se tenga, sino que es algo que se hace y reconstruye cotidianamente al entrar en contacto con los valores que guían nuestra vida y los anhelos que se tienen a nivel individual y colectivo. Por otro lado, la esperanza activa se nutre de la gratitud, que contrario a la tendencia a buscar lo que hace falta, reconoce lo que ya está presente y lo celebra consciente de las voluntades humanas y condiciones ambientales que se sumaron para que así ocurriera. Los derechos de los que ahora gozamos, el amplio número de personas socialmente activas por el bien común, la gran diversidad de tareas cotidianas realizadas a nivel individual o colectivo, y las redes de apoyo conformadas son sólo una muestra de los elementos que sí están presentes y pueden celebrarse.

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